Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste?". Jesús les respondió: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello". Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?". Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado". Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan". Jesús les respondió: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed (Jn 6,24-35).


Luego de la multiplicación de los panes, sobre la que reflexionamos el domingo pasado, el entusiasmo de la gente se revela como algo extraordinario e incontenible. No era para menos.  Con cinco panes y dos pescados dio de comer a cinco mil hombres.  Jesús nos daba una lección maravillosa.  En matemáticas, multiplicación y división son dos operaciones distintas.  En cambio, para Dios es lo mismo.  En la medida en que se comparte el pan, nunca falta.  Cuando el pan, de “mío” pasa a ser “nuestro”, nadie padece hambre. Fue tal la maravilla del signo obrado por el Señor, que la gente se preguntaba: “¿Por qué no lo hacemos rey? ¿Por qué no lo ponemos al frente de nuestro pueblo?”.  Pero Jesús no busca ningún cetro real.  Por eso huye a la montaña. La multitud de seguidores comió, se sació y con ello se dio por satisfecha. Todo lo que deseaban era satisfacer el hambre. Por eso todos estaban de acuerdo a la hora de proclamar rey a Jesús. Con un rey así, pensaron, tenían cubiertas, de una vez por todas, todas sus necesidades. Pero Jesús soslayó la tentación populista y declinó el compromiso. Su misión no era dar de comer a los hambrientos, sino despertar el hambre de los satisfechos. Para eso había venido al mundo, para descubrir a los hombres que la vocación humana es la libertad y la solidaridad.

He aquí el mensaje central del evangelio de hoy: “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna” (Jn 6,27). Con estas palabras quiere enseñar que no basta el pan material para saciar el hambre del hombre: es necesario otro alimento.  El pan del cielo es el pan de vida, el que no sólo sirve para sustentar la vida, sino que le da sentido. Por eso Jesús nos dice hoy que trabajemos no por el pan que perece, sino por el que perdura. Es perecedero el pan que sólo sirve para consumir y nos hace consumidores. Perdura el pan que se reparte y comparte y que nos hace hermanos. El camino del egoísmo, de la ambición, lleva ineludiblemente a la desigualdad, al abismo entre pobres y ricos, la explotación, la injusticia y la destrucción. Los cristianos tenemos que dejarnos renovar por el Espíritu de Jesús y cambiar de criterio de acuerdo con nuestra nueva condición de hijos de Dios, hermanos de todos. 


Hay que trabajar para salir del egoísmo.  Un ejemplo del “trabajar por la eternidad” lo encontramos en Albert Schweitzer (1875-1965), médico alemán, filósofo, teólogo  y músico, tío carnal del filósofo y escritor Jean Paul Sartre, que luego de llevar por treinta años una carrera brillante, deja todo y se va a África para dedicarse a los más abandonados. Su lema y filosofía de vida era “Reverenciar la vida”. Fue él quien dijo: “Si tú tienes algo y no lo transformas en don, pronto te desilusionarás”.  Y en Oslo, al recibir el Premio Nobel de la Paz 1952, exclamó: “El bienestar no ha creado al súper hombre sino al pobre hombre”. Dios da.  Dos palabras simples, pero que son claves en la revelación bíblica. Dios no pide.  Dios da. Dios no pretende.  Dios ofrece.  Dios no exige nada, pero da todo.  Un verbo simple, pero cargado de Dios: “dar”.  Expresa el corazón de Dios.  Dar sin condiciones, ni contrapartidas. Una última constatación: las naciones donde el bienestar es más elevado (Dinamarca, Suiza, Suecia y Japón) son las naciones con las tasas más altas de suicidio. “Procuren el alimento que permanece para la vida eterna”.  Es una advertencia que viene de Dios, que conoce el corazón del hombre. Tantas crisis y desilusiones de jóvenes y no tan jóvenes, no se curan redoblando las raciones de alimentos que perecen sino de valores que dan vida. Como decía Antonio Machado: el problema de nuestra sociedad es que ha confundido valor con precio.  A todo le hemos puesto precio y hemos descuidado el valor.