También es su deber, tener un alto grado de sensibilidad para no ofender, evitar la apología del delito y el sensacionalismo con el que solo se pretenda el éxito cuantitativo de una publicación. Es, sobretodo, un deber ético "’ponerse en los zapatos del otro”, una forma de pensar y actuar que permite limitarse a producir ofensas sin ton ni son.
En esta dicotomía, entre desafiar al público y no haberse puesto en los zapatos del otro, se debería ubicar a la revista Rolling Stone, una de las más tradicionales e influyentes de la cultura pop, que en su edición de agosto lleva como portada una foto de Dzhokhar Tsarnaev, uno de los hermanos actualmente procesado por el atentado terrorista en el maratón de Boston en el que murieron tres personas y más de doscientas resultaron heridas.
Apenas la revista dio a conocer su portada en su página de Facebook, con una foto de Tsarnaev con carita angelical semejante al de pelo revuelto de Bob Dylan en sus años más mozos, las críticas fueron tajantes: no se puede glorificar a los terroristas. Pese a que la portada estaba acompañada con un titular de "’El tirabombas” y una bajada en la que cuestiona que Tsarnaev pasó de ser un buen alumno, a ser olvidado por su familia y convertirse al radicalismo islámico y en un monstruo, las reacciones de la gente no se hicieron esperar.
De nada sirvieron las explicaciones de la revista para dar a conocer varios párrafos de la nota de investigación en el interior sobre el perfil escalofriante de Tsarnaev que acaba de declararse inocente de 30 cargos que se le formularon y que podrían llevarlo a la pena de muerte tras el nuevo proceso judicial en septiembre. Varias cadenas de comercios como CVS y Walgreens ya anunciaron que no venderán Rolling Stone y una página especial de Facebook en contra de la revista ya lleva más de 50.000 "’likes”.
Sin dudas la revista logró llamar la atención y desafiar al público, aunque no supo medir las consecuencias de unas heridas que todavía están muy abiertas en EEUU. Rolling Stone tiene una larga tradición de desafiar al público y no es la primera vez que tiene a un criminal en su portada, como en 1970 con el asesino serial Charles Mason. Pero ahora se equivocó: no se objeta el contenido sino la foto y el contexto en la que ha sido usada.
El público espera lo usual, que Rolling Stone, publique una portada de un ícono de la música, por más controversial que pudiera ser, pero jamás esperaría que un supuesto terrorista tuviera el tratamiento de una estrella de rock. Las revistas, por su periodicidad y muchas veces necesitan gritar más de la cuenta para ser escuchadas y consumidas, de ahí que una portada como esta, y su debida promoción puede alcanzar esos objetivos y hasta convertirse en artículo de colección.
En el mundo de la ética periodística, donde como en toda cuestión moral no existe nada blanco o negro, sino todo es grisáceo, dependiendo del contexto y de la experiencia particular que cada usuario, Rolling Stone puede estar pagando un precio muy alto por gritar en forma descontextualizada, perdiendo venta, pero, sobre todo, confianza del público, el patrimonio más preciado que puede tener un medio de comunicación.