El dato del INDEC registrando que el 41 por ciento de la población está bajo la línea de pobreza no nos pone alerta de lo que vendrá, sino de lo que ya está.

Separar la salud de la economía. Desde hace por lo menos treinta años, los manuales clásicos de economía, por ejemplo uno de los más consultados, el de Paul Samuelson, contienen uno de sus principales capítulos dedicados a la salud. Los seres humanos vivimos más años y pretendemos hacerlo en buenas condiciones así que, por lo general, todos los presupuestos estatales llegan cerca del 25% del gasto total en los sistemas sanitarios. La salud influye en la economía, cuando la salud se pierde es natural que se pierda la economía, y si se pierde la economía, también es natural que a corto, mediano o largo plazo, se pierda la salud. Son dos factores absolutamente inseparables, así lo tenemos claro en nuestra vida cotidiana, no hace falta que recurramos a ningún intelectual o texto universitario. Suponer que una sociedad pudiera quedar saludable manteniéndola encerrada y sin actividad durante más de 6 meses ya era algo difícil de pensar, pero que eso no causara una catástrofe que derivara en problemas más complejos supera toda necesidad de augurios. Se ha afectado la estabilidad psíquica, el humor familiar, las relaciones interpersonales, han proliferado fobias, han crecido el delito y la violencia y se ha derrumbado el PBI como nunca antes. En los años 2001 y 2002 no tuvimos ninguna pandemia pero nuestra economía cayó de tal manera que se afectó la consistencia institucional, nuestros dirigentes perdieron el prestigio, aumentó la mortalidad infantil, bajó la esperanza de vida, los argentinos más capaces y jóvenes emigraron, se fueron los profesionales y científicos y costó una década volver a los estándares tanto de PBI como de ingreso per cápita. Ahora, con influencia externa de la pandemia pero con el acompañamiento de esta estrategia errónea, nuestra economía ya proyecta una caída superior a la de aquellos años. En aquél caso, la recuperación fue relativamente rápida porque teníamos un mundo ávido de consumo de nuestras materias exportables, hoy encontramos un planeta completo en recesión. Era evidente que se necesitaba fortalecer el mercado interno ante la imposibilidad de conectarse con el resto de los países, una relación que aun hoy no presenta un panorama predecible. Era necesario administrar la situación con precisión quirúrgica cerrando algunas actividades y protegiendo a los sectores más vulnerables, pero era más fácil cerrar todo. Además, de ser preciso encerrarnos, lo debía ser por el tiempo imprescindible para preparar los sistemas de salud allí donde hiciera falta, no en todas partes. Se ha dado el caso de hospitales y clínicas privadas enteras que, así como hubo algunos en crisis, la mayoría estuvieron ociosos y durante un tiempo totalmente parados con suspensión de cirugías programadas y con ausencia de visitas periódicas de enfermos crónicos por miedo al contagio. Hay gente que ha llegado al extremo de su miedo que cierra las ventanas pensando que por el aire puede entrar el virus, otra que vive enclaustrada tomándose la temperatura, personas que de estar tanto tiempo sentadas mirando la tele han aumentado su masa corporal hasta límites peligrosos y niños en los que han aparecido síntomas derivados de la alta ansiedad. El dato del INDEC registrando que el 41 por ciento de la población está bajo la línea de pobreza no nos pone alerta de lo que vendrá, sino de lo que ya está. La canasta básica ronda 45 mil pesos y ellos ganan un promedio de 25 mil, es decir que no solo están por debajo de la línea sino casi a la mitad del recorrido para llegar a ser pobres. La inflación ronda el 3% mensual y afecta sobre todo a los productos básicos. No es el diario del lunes, es una consecuencia lógica de malas decisiones predicha incluso desde estas modestas columnas, en realidad no se podía esperar otra cosa. El Estado está exhausto, sin recursos, perdida la recaudación de impuestos por falta de actividad en su intento por equilibrar la balanza social ha incrementado su déficit llevándolo al 17%, varios puntos por encima de los peores registros históricos cuando lo máximo recomendable es el 3% y ya nos parecía mucho haber llegado al 7, sin crédito externo ni interno. Sobre mediados de semana se anunciaron medidas que van en el sentido correcto pero a las cuales hay que agregar certeza futura y confianza. Se bajan retenciones mineras que nunca debieron reinstalarse después de que se las eliminara en 2016. Para que ingresen dólares no vale castigar a los exportadores aunque suene simpático a algunos oídos. Por el contrario, hay que incentivarlos mucho más que en otros países donde puede que la ganancia sea menor pero la inversión es más previsible a largo plazo. La Ley de Inversiones Mineras, que exigía mantener la misma estructura impositiva durante todo el tiempo de una explotación ha sido víctima de severas violaciones. La razón era que el eventual interesado pudiera sacar cuentas y estudiar la conveniencia o no de poner centenas o hasta miles de millones de dólares y esperar años para recuperar el capital y empezar a ganar. Miren si no el ejemplo de Pascua Lama. Las medidas anunciadas son buenas, es el camino que no se debió abandonar, hace falta generar confianza y recuperar la actividad cuanto antes, la salud no va ni primero ni después que la economía, van juntas.