La foto nos muestra con Hugo caminando de la mano por la vereda sur de calle Santa Fe, frente a la casa de mis abuelos. Habían pasado varios años desde el terremoto del 44, pero la ciudad seguía mostrando heridas. El proceso de reconstrucción, si buen fue generoso e inmediato, no logró borrar tantas llagas; por eso, esa calle se presenta polvorienta, escasas viviendas a mitad de recuperación, escuálidos los árboles que el General Carrera, Gobernador posterremoto de San Juan, hizo plantar en la ciudad lastimada; sus tronquitos infantes aún no erigían las bendiciones de una buena sombra. Frente a la vieja casita que mi abuelo restableció con sus manos de ferroviario y forzoso albañil, se puede apreciar una casa en ruinas y otras porfiando por no morir, con sus pocos huesos.

"Nuestros sobretoditos delatan uno de esos inviernos crudos, cortos pero crueles...".


Nuestros sobretoditos delatan uno de esos inviernos crudos, cortos pero crueles, y mucho más ante las imágenes retorcidas y trémulas de una ciudad ultrajada por la desgracia. Grietas indisimulables pintarrajea la adversidad en los frentes de las moradas. No es el gris casi sepia de la fotografía lo que aporta el estremecimiento de varias congojas volando por el aire extraño; es esa nebulosa cenicienta que traspasa todo cuando el alma no puede sobreponerse a la desgracia. Uno ve esta arteria y un fondo donde resulta insospechable el centro comercial y sus tradicionales edificios derrumbados. Las ruinas se han amontonado como cortejo de muerte y no dejan espacio para otra cosa que no sea escamotearnos la alegría.


A pesar de los años, ¿habrá alguien guardado esos sobretoditos, o habrán pasado de generación en generación para los más chicos, hasta morir desgastados de vida extinguida? 


Me paro frente a la humilde entrada de la casa de mis abuelos. Miro profundo hacia el fondo y veo a mi abuela sentada en la cocina, mirando hacia la calle, derrochando celestes desde sus ojos mansos. Mi abuelo se acerca con su gorrita marrón, pero es como que algo en él y en el ambiente se me alejan. Tomo fuerte la mano de Hugo, más pequeña que la mía; son quince los meses que nos separan en la vida. Esa mano pequeña se me escapa. Es como si fuera de lluvia y como si la mía se constituyera en un recipiente inútil. Veo a mi hermano soltarse y caminar hacia un firmamento donde -aunque tan pequeño- ya se iba preparando un riacho de canciones para unirnos más que la condición de hermanos. Siento aleteo de guitarras distantes. La vereda de la calla Santa Fe comienza a ensancharse y tomar brillo. En el fondo de la calle luces intensas anuncian que el centro comercial ha triunfado también contra el cataclismo. Que esta ciudad es imbatible, que los sanjuaninos nos ponemos a prueba de amor y horizontes todos los días. Todo va creciendo y con ello nosotros y nuestros hijos. Pero hay una robusta ausencia que he recogido como tortolita herida de esa foto color gris sepia que de vez en cuando me hace lagrimear.