En el otoño de 1855 Domingo F. Sarmiento visita San Juan de camino de Chile a Buenos Aires, donde tiene planeado establecerse. No pudiendo resistir la necesidad de ver a su madre, familia, amigos, y a San Juan, su patria, de la que hacía 20 años que estaba ausente, desde Uspallata se dirigió por Pedernal hasta Pocito, llegando a San Juan sorpresivamente.

Su arribo produjo gran conmoción en el gobierno hegemónico de Nazario Benavidez que temía que su visita se relacionara con algún tipo de conspiración contra el mismo. Luego de una entrevista, los ánimos se tranquilizaron y el maestro pudo dedicarse a disfrutar su estadía en su tierra natal. Como su visita coincidió con Semana Santa se dispuso, junto a familiares y amigos a cumplir con los rituales.

En 1886, en un artículo publicado en el periódico "El Censor'' recuerda estos hechos y al respecto escribe: "...Esto hasta el domingo de Ramos que me llevaba a la Catedral que fue antes la Matriz, y la escuela en que aprendí el silabario, y la iglesia de que era familiar, pues mi tío José Manuel Eufrasio y mi primer maestro había sido allí cura, cura vicario, deán y obispo... El Martes Santo fuimos en gran comitiva de damas y caballeros a visitar el departamento de Caucete, entre el río que se arrastra lentamente y el Pie de Palo destacado de las otras montañas. Estaban allí los cultivos de los Sarmientos, de Laspiur y otros grandes hacendados; habíase creado y crecido en los 20 años de ausencia...

El Miércoles estábamos de regreso a la ciudad...
Sobrevino el Jueves Santo, y otra de las reminiscencias de infancia vino a embellecer la prosa en que caía visiblemente el idilio. Lo he dicho en mis viajes. Siempre creí de niño que la luz del sol era más amarilla y opaca el Viernes Santo que en otros días; pero cuando asistí en Roma a las ceremonias de Jueves Santo, con el Papa y todo el Colegio de cardenales... dentro de San Pedro; cuando yo vi estas estupendas magnificencias del culto romano y oí el Miserere de Palestrina, é interrogué mi corazón, mi alma, mi sentimiento de cristiano, y me vinieron los recuerdos de nuestra Matriz de San Juan, y las ceremonias de Semana Santa en que yo tenía mi papel y mi parte, me di por robado; pero como se iba a comparar aquella parada de figurines y de figurones, que despliegan en batalla, que cierran encolumna, que se dispersan en tiradores, al lado de la misa de pasión, cuando mi tío el oficiante decía como las mayores verdades del mundo, respondiendo al policía que preguntaba en el huerto por un tal Jesús Nazareno; y mi tío con voz llena, grave, vibrante, contestaba Ego sum, y nos inclinábamos todos, confundidos de dolor de que lo iban a prender!...

...Aquello sí que era Semana Santa, cristiana, sentida, llorada la muerte de Jesús, como de un antiguo conocido, y con la simplicidad de las escenas de pueblos pequeños, con sus casitas, con sus iglesias modestas, y sus gentes creyentes y piadosas.
Pero en Roma ¡imaginarse que toda la concurrencia se compone de ingleses, americanos y rusos que van a ver tanta cosa rara, y divertida...!

...Concluimos nuestro ejercicio... contentísimo yo de haber entre visto, aunque entre los velos de la noche, a toda la población de mi tierra, pero más contento todavía, ¿por qué no decirlo? de que me hubiesen visto a mí, mis amigos y amigas que lo eran todos los vecinos...¡Cuántas madres pobres deseaban verme después de oír hablar de mi 20 años... y cuantas niñas y jóvenes querían conocer al Sarmiento que conocían todos los paisanos de la campaña de Buenos Aires de nombre...

(*) Museóloga. Directora del Museo y Biblioteca Casa Natal de Sarmiento.