La gigantesca mole andina fue testigo silencioso de los numerosos cruces o viajes que realizará don Domingo F. Sarmiento a lo largo de su vida. Algunas veces traspasó sus pasos buscando refugio allende de los Andes, en calidad de confinado político, otras veces por otros motivos, no tan perentorios. La última vez que cruzó la cordillera fue en 1884, cuando de Chile se dirigió a Mendoza y luego a su provincia natal. En ese año Sarmiento fue enviado al vecino país en misión cultural. Llega por mar y en Santiago logra un importante acuerdo. El convenio tuvo como propósito esencial editar libros de forma conjunta, aunque en el fondo, como le confiesa en una carta a su amigo Antero Barriga, acepta esta misión para recordar nostálgicamente los gratos recuerdos de su juventud.
Esta será su última estadía en el país que tan enraizado estuvo en su vida. Aquí, además de consagrase a las tareas inherentes a su gestión, realizó visitas a antiguos amigos y conocidos, como a la familia Toro en la finca que poseían, llamada "El Aguilar".
En febrero de 1884 preparó su regreso a Mendoza y desde ahí a Buenos Aires, pues la conflictiva situación política que vivía San Juan lo hacen por ahora desistir de un viaje. En ese mismo mes le contestó una carta a su sobrino Clemente Gómez, hijo de su hermana Paula, en la que con cierto humor acepta su asistencia acerca de su viaje de retorno: "Mi estimado sobrino: con el mayor gusto recibo tu carta ofreciéndome mulas para pasar la cordillera y ser tú el arriero que lleve tan preciosa carga. Yo partiré a fines de marzo o principios de abril. Lo sucedido en San Juan es de tal manera odioso, por las personas y la complicaciones que trae, que yo no debo ir voluntariamente a ser siquiera informado de lo que realmente pasa…”. Al hacer referencia a lo acaecido en su tierra, se refiere al asesinato del senador Agustín, ocurrido en febrero del año señalado.
El 16 de abril llegaba a Mendoza, visiblemente cansado, con sus 73 años cumplidos. Este será -como expresamos- su último viaje por la cordillera a la que tanto conocía. El maestro tenía su salud deteriorada, pues ya en 1876 le habían diagnosticado una grave hipertrofia cardiaca y además padecía una úlcera péptica a lo que se sumaba una bronquitis crónica. Es por esto que el viaje por los altos pasos cordilleranos con la consiguiente puna lo afectaron notoriamente, recurriendo a un remedio para él infalible: una infusión de "chachacoma” o "chacoma”, una yerba maravillosa para curar el "soroche” o mal de altura. Al llegar a Mendoza fue objeto de todo tipo de homenajes y afecto, hospedándose por unos días en la casa de los Civit, donde actualmente se emplaza el "Museo del Pasado Cuyano”.