Cuando las tormentas arrecian, es necesario que el timón esté en manos confiables. Quien conduzca el barco que tenga claro el objetivo, pulso firme y una bitácora moral que legitime su liderazgo. Sólo así será una persona de la que se pueda fiar. El liderazgo centrado en la integridad moral construye confianza y, por ende, favorece el seguimiento. La visión del líder, su carisma y convicciones, garantizan una apacible llegada a buen puerto.
LÍDER NO ES QUIEN QUIERE, SINO QUIEN PUEDE
Siempre he pensado que uno de los problemas de nuestra sociedad, es la falta de liderazgos. Esa ausencia de líderes no sólo se da en el ámbito de la política. Afirmar esto es quedarnos en la punta del iceberg. El problema es más profundo. Y tiene que ver con la decepción y el desánimo de la sociedad. El desaliento actúa como maleza que impide el surgimiento de nuevos líderes. No faltan dirigentes, escasean los liderazgos. Una persona puede ocupar, legítimamente, una posición de conducción o poder en una empresa o institución. Pero no necesariamente tenga las cualidades necesarias para liderar. Por el contrario, cualquier líder con conocimientos y expertiz adecuada, puede llegar a un cargo de dirección. Líder es aquel que despierta una fuerza moral, individual y comunitaria, y una voluntad acorde entre aquellos que lidera y conduce.
CARISMO Y LIDERAZGO
En la base del liderazgo está el carisma. Entendiendo por tal a un don o talento gratuito al servicio del bien de las personas y del grupo. De allí que el carisma sea un don especial que tiene razón de ser en la medida que es utilizado "a favor de otros" (servicial) Por eso los liderazgos necesariamente son éticos. No hay posibilidad de liderazgos tóxicos basados en intereses personales, que calculan la entrega en función de espurios fines. Un líder con carisma no mide la entrega ni los riesgos: maneja habilidades no convencionales y está siempre dispuesto al sacrificio personal. Por otro lado, el carisma le aporta claridad en las metas (visión), perspectiva de logros, adelantarse a los acontecimientos, visibilizando el camino más óptimo. De allí la facilidad que encuentran para el seguimiento.
A la falta de carisma, suele agregarse otra debilidad: la forma en que se ejerce el poder. Un dirigente que basa su autoridad sólo en el poder estatutario que le da el mandato, puede derivar en autoritarismos. Dependerá en gran medida de su personalidad, los límites de su ambición y la firmeza de sus valores.
En el liderazgo, en cambio, no hay posibilidad de excesos. Y ello tiene una razón. El dirigente confía en la obediencia de sus empleados tanto como en la solidez de la organización. Gestiona o dirige con el Estatuto en la mano. Por eso genera miedo, no adhesión.
El líder, por el contrario, confía en la convicción de sus ideas, en su carisma del que se sabe deudor y en el impuso de los valores que llama al seguimiento. No necesita levantar el dedo ni dar órdenes. Por eso decimos que el dirigente manda, pero el líder convence. Su mirada siempre en prospectiva, la predisposición al cambio y la fuerza arrolladora de su moral, moverá a las personas a hacer suyas las metas que plantea. Este acompañamiento va más allá de la provisoriedad de los cargos. He aquí otra diferencia entre el dirigente y el líder.
El poder de aquel dura mientras subsista su mandato. El poder del líder, en cambio, no tiene fecha de vencimiento. Aún en el llano, fuera del cargo y del poder, su visión seguirá inspirando a otros. La conclusión es fácil: cuando las tormentas arrecian y el timón aparece desguarnecido, el cartel en el barco dirá "Se buscan líderes más que dirigentes".
Por Miryan Andujar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo