Las lecturas bíblicas de este V Domingo del Tiempo Ordinario, ponen de relieve dos temas de reflexión: el de la luz y la sal. En el evangelio Jesús nos dice: "Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo de la cama, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean nuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo" (Mt 5, 14-16).

La luz es símbolo de vida, de alegría, de felicidad. En particular la luz está indisolublemente ligada a la vida, al punto tal de identificarse con ella. Las expresiones: "dar a luz", "sacar a luz" y "ver la luz", significan nacer, y por tanto existir y vivir. De modo similar, cerrar los ojos a la luz equivale a morir.

El cristiano, seguidor de Cristo y testigo de su evangelio, es llamado a manifestar a Dios a los ojos del mundo. No es sólo "hijo de la luz" por el bautismo (cf. Lc 16,8; Jn 12,36), sino que está llamado a ser "luz del mundo", con su testimonio. La esencia de su existencia es iluminar, no encandilar. Pero no se transmite luz cuando se está obsesionado por la imagen, el qué dirán o el rating, sino llevando una vida santa: realizando extraordinariamente lo ordinario de todos los días.

Jesús aconseja a sus discípulos que no escondan la luz que hay en ellos, y que sin enceguecer, sepan alumbrar. El santo no tiene ni falsa modestia ni torpe vergüenza que le haga cambiar de conducta según haya o no espectadores.

Pío XII afirmaba que "es triste cuando los buenos se cansan y dejan de iluminar, porque triunfan los mediocres que oscurecen el lugar donde están". Y hay muchos campos donde la luz del cristiano sigue siendo una exigencia hoy: en el ámbito familiar a través de una educación y convivencia que tenga como fundamento los valores evangélicos, en los espacios económico-sociales, en el ámbito de la cultura, y de modo especial en medio de esta crisis que vivimos como Nación, en el campo de la política, donde los fieles laicos deben aprender a involucrarse.

Juan Pablo II indicaba que "todos y cada uno tienen el derecho y el deber de participar en la política, si bien con diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas y responsabilidades. Las acusaciones de arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas a los hombres del gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido político, como también la difundida opinión de que la política sea un lugar de necesario peligro moral, no justifican lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo de los cristianos en relación a la cosa pública" (Exhort. Apost. "Christifideles Laici, 42) Tendríamos que interrogarnos: ¿Dónde tendré que alumbrar más? ¿Me resulta más cómodo durar en el tiempo de la oscuridad y del anonimato, que vivir comprometido en la luz del compromiso y del riesgo?

Pasemos ahora ante nuestros ojos la gama de variados significados que implícitamente son evocados por la otra imagen que Jesús ha colocado en el texto de hoy: "Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente" (Mt 5, 13). Existe la sal de la amistad, de la alianza, de la solidaridad. En el Antiguo Oriente existía en efecto, "un pacto de sal", sinónimo de alianza inviolable. Es sugestivo en este sentido, un texto del libro de los Números referido a la porción de carne sacrificial destinada a los sacerdotes. En el original hebreo se dice que esta atribución nace de un compromiso ligado a una "alianza de sal, perenne, delante del Señor, para ti y tu descendencia contigo" (18,19). Todavía hoy entre los árabes son comunes expresiones como, "Los amo como la sal", o para indicar una profunda solidaridad: "Hay sal entre nosotros".

La sal es también símbolo de la vida. En nuestras lenguas se usa el término "salario", que en el original latino indicaba lo que se les pagaba a los soldados romanos para adquirir la sal, mientras que para nosotros se refiere genéricamente al instrumento económico de la sobrevivencia.

Preguntémonos si en verdad encontramos sabor a la vida y si sabemos darle vida a la vida. Nietzsche, el famoso filósofo ateo alemán, reprochaba así a los cristianos: "Si la Buena noticia de vuestra Biblia estuviese escrita en el rostro de ustedes, no tendrían necesidad de insistir para que cediéramos a la autoridad de la Biblia: las obras de ustedes harían casi superflua la Biblia, porque ustedes deberían constituir la Biblia viviente".