Alfredo Zitarrosa


En el costado más glorioso de su paisito, como su coterráneo Mario Benedetti gustaba llamar a Uruguay, desde la música, emerge por siempre en el proscenio de la vida un hombre con todas las letras; un símbolo, alguien que prefirió la canción esencial y dura a la composición liviana, escogió el camino de los sentimientos fundados en ideas que pesan. Con ese equipaje Alfredo Zitarrosa pasó por el mundo dejando teas encendidas para que los pueblos supieran que, aún desde un territorio de poca anchura, es posible consagrar sueños y pájaros indelebles, si un ser agraciado por el talento puede darles el rodaje inacabable de la canción.


Alfredo Zitarrosa recibió una vida como para ponerse a prueba de lágrimas y resucitaciones. A meses de nacer, en circunstancias especiales, su madre lo entregó en adopción a un matrimonio con el cual vivió dignamente hasta su adolescencia, edad en la que regresa de nuevo con su madre biológica y el esposo de ésta, un argentino que le dio su apellido. 


Su vida estuvo muchas veces signada por la búsqueda trágica de su padre de sangre, a quien le rogó en versos desgarrados: "Mi padre serás, como fuiste mi padre, / un gameto en la grieta cerrada del tiempo.../ Más mientras te busque en las cosas, /
en tanto regreses sin que yo te llame o te olvide, / te pido que limpies mi amargo dolor; / por favor, que no sigas muriendo".


Fue uno de los más grandes creadores de música latinoamericana. Como un imperativo de la carne, un salto indescifrable del alma, tuvo el don de cantarle a las cosas más bellas con esa voz profunda y melancólica anclada en arrabales de sudor y utopías. De este modo, sugerir que ellas también pueden ser las más dolorosas. 


Obras insignes como "El violín de Becho", "Adagio a mi país", "Crece desde el pie", "Doña Soledad" o "Stéfanie", fueron divisas de un creador tan dulce como comprometido. 


Muy joven murió Zitarrosa. Su obra es fundamental para entender historias dolorosas pero iluminadas por la bendición de las sanas intenciones y la valentía de jugarse. Suenan que te suenan en el cauce de un pueblo fundado sobre candombes y murgas barriales las guitarras temperamentales de las milongas de Alfredo, que copan el mundo con nobles artes, desde un barrio pobre del Montevideo de los sesenta.

Por Dr. Raúl De La Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete