Después de las elecciones del pasado 28 de junio, en la ciudadanía creció la convicción de que comenzaba una nueva etapa, con una oposición exitosa y, finalmente consolidada. Con el transcurrir de los meses, lamentablemente se percibe que la oposición no constituye, ni mucho menos, un cuerpo unido. Está lejos de serlo, tanto desde el punto de vista táctico como desde la perspectiva ideológica.

Se pensó que podía comenzar a surgir una oposición nueva capaz de hacer frente a los problemas urgentes con más predisposición, con propuestas y proyectos propios, pero en la realidad casi aplica los mismos método que el oficialismo, sin encontrar soluciones que respeten las instituciones de la Constitución. El egoísmo y la falta de grandeza son el denominador común del oficialismo y de la oposición. Mientras, el hastío crece en una ciudadanía que contempla sin entender, la mezquindad de la dirigencia política que busca acrecentar el quién derrota más veces al adversario o al que piensa diferente, y no como alcanzar el noble y generoso objetivo de que todos triunfemos en una atmósfera comunitaria de progreso pacífico.

Argentina se acerca a celebrar el Bicentenario de una Nación en la que héroes valerosos y generosos, buscaron abrir caminos y no poner tranqueras. Aspiraban a que, quienes vinieran detrás se acercaran más a la meta de vivir en una comunidad organizada, que no fuera un simple conglomerado de regiones y de pueblos. Hoy, ante la pregunta respecto a qué es lo que aspiran nuestros políticos, las respuestas no coinciden con el ideal de patria grande y abierta, sino individualismos minúsculos y cerrados. Llegamos al Bicentenario, divididos y desconcertados. Enfrentados y sin objetivos con una base común que sea expresión de magnanimidad.

El futuro de la patria reclama que los políticos cumplan con el deber patriótico de lograr la reconciliación de los argentinos. La reconciliación es urgente porque nos encontramos una vez más en una peligrosa encrucijada política, innecesaria e inmerecida por la ciudadanía, cuyo nombre propio es la discordia. La responsabilidad de la reconciliación le cabe por igual al oficialismo y a la oposición: ellos deben buscar y alcanzar los medios para generar consensos y acuerdos. No podemos seguir actuando como enemigos.

En homenaje a nuestros mayores, que nos legaron una patria maravillosa, es hora de sentarse a la mesa común, ejercer el noble arte del diálogo y simplemente pensar con ideas de largo plazo en un futuro para los hijos de hoy y las generaciones que vendrán.