Llegó al cumpleaños de Don Sixto Leiva con toda la polenta. Venía a cantar, porque ése era su plan diario, su alimento y su destino. Saludó a todos con una sonrisa de cascada, un desborde de algún humilde arroyo del verano de su Caucete; y a los pocos minutos ya estaba "pata en quincha" saludando al octogenario con una tonada que culminó en el infaltable cogollo, esa ofrenda gentil y galana con la cual los cuyanos homenajeamos a alguna persona o al público que nos escucha. Hay que señalar que Alfredo Sisterna Torres diseñaba los cogollos con ese ingenio creativo que pocos poseen, a quienes confieso admirar porque no me asiste ese don especial de construir esas simples entregas con las cuales el cantor acaricia a su auditorio o al destinatario del mensaje o la serenata.
Ha cumplido un mes la partida de Alfredo. Un silencio estremecedor y enorme sacude las calles de Caucete, los soles de su pago, donde se advierte -notoriamente- la falta de un zorzal, aunque algunos ya aseguran que en las mañanitas anda uno salpicando canciones en vela por las ramas de los olmos y las moreras.
Alfredo fue un cantor de pueblo, un vocero de este Cuyo cancionero que expresaba los valses y las tonadas con una sencillez que sólo los grandes cantores pueden lograr, sin apoyarse en estridentes sonidos. Junto al Pocho Peralta integró uno de los dúos más exitosos de la región; fueron populares por el modo simple como expresaban esta música, como por el acierto en elegir el repertorio. Ya están en el sitial de la gente, el único que es posible defender con uñas, dientes y legitimidad popular; el único que no necesita apelar al "padrino" o el decreto para ser conseguido; ese sitio que nadie, absolutamente nadie, podrá revocar, aunque se esmere con las más temibles armas. La verdad es un responso unánime, una mano rotunda, un templo, una historia respetable. El veredicto de la gente es el único veredicto. Siga, querido Alfredo, entrañable "viejo", edificando cogollos de Luna y arrope por las acequias cauceteras, por los barrios de San Juan, por las venas del país, por las libertades del viento.