Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar'' Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros'' Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tenéis algo para comer?'' Ellos respondieron: "No'' El les dijo: "Tirad la red a la derecha de la barca y encontrarán'' Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!'' Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. (Jn 21, 1-14).


En este tercer domingo de Pascua, la Iglesia medita la tercera aparición de Jesús, el Viviente Resucitado, en el mar de Tiberíades. Los discípulos se encuentran en el trabajo cotidiano, no ya en el Cenáculo de puertas cerradas en Jerusalén rodeados de temor (cf. Jn 20,19), donde han recibido el pan, el Espíritu y la misión, sino frente a la grandeza del lago, lugar de la vida diaria, y llamados a surcar las aguas del paganismo para llenarlas de Dios. En ese contexto Jesús se manifestó ("ephanérosen'' en griego), connotando la claridad de cielo y luminosidad de lo trascendente. Se trata de una luz que disipa dudas, temores y angustias. Los discípulos estaban "juntos''. No se habla ya de doce, que representan las doce tribus de Israel, sino de siete: número que indica totalidad, representando a las naciones paganas. Simón Pedro tiene un rol de preeminencia: toma la iniciativa de la pesca (v.3), se arroja al mar (v.7) y arrastra la red llena de peces (v.11). A él, después de comer le confiará Jesús la misión de ser Pastor de su Iglesia. Los siete estaban juntos, pero aún esa comunión no es fecunda hasta que no se lo incorpora a Jesús. Salieron a pescar, pero esa noche "no pescaron nada''. Lo había afirmado antes Jesús: "Sin mi nada podéis hacer'' (Jn 15,5). Sin él, la noche nunca ve la luz y el día sigue siendo oscuro. Sin Cristo, cualquier iniciativa apostólica, aún con todas las redes y medios posibles, permanece "imposible e infructuosa''. Mientras que al amanecer vuelven los pescadores decepcionados, hay otro personaje que los espera en la orilla. Lo mismo sucede en nuestro itinerario cotidiano. Agobiados por las pruebas o desorientados por no encontrar el horizonte o la meta que nos propusimos, quizás estemos viviendo la dificultad de la oscuridad. Sin embargo, hay Alguien que nos espera "en la otra orilla''. Este peregrino divino, como lo hizo con los siete discípulos, mendiga nuestro amor y nos interroga: "¿No tienes algo para darme?'' ¡Qué maravilla! Él es omnipotente y se muestra necesitado de mi humanidad. Él es don y busca que supere mis mezquindades.


El texto griego emplea un término imbuido de afecto: "Muchachos ("paídía''), ¿tendrían algo de comer ("prosphágion'')? Esta última expresión indica "un suplemento para comer con el pan''. No basta el pan. Es necesario un suplemento. Se trata del amor con el que se comparte el pan.


Quizá la respuesta nuestra ante el pedido del Señor Resucitado sea un árido: "Nada'' o un "no''. ¿Cuánto más deberá esperar para que le donemos nuestro "todo'' y le pronunciemos nuestro rotundo "sí''?


En un horario inusual para pescar, el Resucitado les dice: "Visto que no han pescado nada en la noche, tiren la red a la derecha y encontrarán abundancia de peces''. Era el mediodía. Ellos se rinden a la palabra divina y la red se llena de pescados. Esto significa que la fecundidad de la vida es el resultado de la presencia de Jesús, la única que hace eficaz la acción de los discípulos. Sólo el amor ve. De ahí que sea Juan, el discípulo amado, quien dirá: "¡Es el Señor!". Al escuchar esto, Pedro se ciñe la túnica y se lanza al mar. Algo insólito: se viste para arrojarse al agua. San Pedro Crisólogo (400-450), obispo de Ravenna y doctor de la iglesia justifica esta acción afirmando: "Como Adán, el culpable desea cubrir su desnudez por el fallo de la triple negación. Ambos, Adán y Pedro, antes de pecar, no estaban vestidos más que con una desnudez santa. Pedro se pone la túnica y se lanza al mar porque esperaba que le fuera lavada esa sórdida vestimenta que era la traición''. Sí. El Resucitado también purifica hoy nuestras negaciones y abundantes traiciones.