En el mundo de la conducción democrática no debe existir ese vacío semántico que nos remite directamente al campo de la promesa y no de la propuesta concreta y valiosa, aquella con ideas, alternativas y soluciones prácticas para superar los problemas urgentes y las dificultades a corto, mediano y largo plazo.

En el tablero del poder, la asimetría no es otra cosa que la desigualdad de recursos detectados en las diferentes zonas geográficas del territorio nacional y eso conlleva a un panorama abarcativo que va desde lo humano hasta lo económico sin olvidar la cultura y la educación del pueblo.

Cuando se piensa en el país de hoy se tiene que planificar una visión prospectiva y muchas veces cae en un abismo existencial, porque es deficil conformar a todos o por lo menos evitar que la incertidumbre se instale sin visualizar soluciones. No se pretende un argentino mediocre ni en términos económicos al hombre medio; no hablamos de lo humanístico en abstracto. Comencemos a repensamos desde la prosperidad y no desde la miseria. No es una óptica inocente ni miope es una mirada futurista y visionaria que supone el juego de todas las posibilidades para un camino mejor y más optimista.

Esta reflexión nacida con raíz quizás escéptica tiene el deber de revertirse porque un gobierno bien dirigido debe corregir la asimetría, pues esto lleva a la irritación de algunos sectores. En esa gran caja de resonancia que es una República y entendida desde un aspecto formal, el financiamiento de la vivienda, la salud y la escolarización han de ser compatibles con una realidad que no se puede ignorar. Comprender este conflicto no es fácil, pero si hay voluntad de cambio apoyada con el recambio generacional, se puede visualizar una Argentina mejor.

Caer en el pesimismo cruel, bajar los brazos, no es la vía. La inequidad sólo se vence con la fortaleza del trabajo que implica el coraje de la búsqueda y la información, de la capacitación y el estudio permanentes y del incentivo personal que nace de los más profundos deseos de ver el crecimiento y no el descreimiento. Pasar de la promesa a la propuesta no es sencillo pero sí posible. La promesa será real y la propuesta no superará los límites de las posibilidades auténticas de cada uno de las regiones. Si el esfuerzo es continuo, perseverante y conjunto, no se dispersan los proyectos sino que convergen en una red que lleva a una trama profunda, para entre todos hacer el país que merecemos.

No debe haber retórica vacía, los hechos hablarán por los políticos y las asimetrías deberán ir desapereciendo con la gestión y los resultados visibles.