No sé si es la pandemia, la pobreza o ambas cosas juntas, pero la verdad es que la política está dando señales extrañas últimamente. Sólo para hacer un caprichoso, cronológico y breve conteo que sirva para sostener esa afirmación, voy a mencionar las riesgosas manifestaciones públicas en plena pandemia; una reforma judicial sólo para que la Vicepresidenta y su familia zafen de condenas por corrupción; el Jefe de Gabinete pidiendo que la gente ahorre en pesos y, en consecuencia, que todos pierdan dinero; el Ministro de Economía mofándose del presupuesto, otrora la "ley de leyes" y, como si todo lo anterior fuese poco, aparece el bueno de Juan Emilio Ameri, un desconocido diputado de la Nación al que le importa poco el lugar que ocupa y quien en plena sesión protagonizó una desagradable escena de sexo; justamente gracias a que no tiene ni una idea aproximada sobre la importancia del cargo que usurpaba. Claro, hay que ponernos en contexto: ya veníamos de la polémica del presidente Alberto Fernández por el valor del mérito, como si en este país de hijos y entenados no tuviéramos claro que se trepa gracias a cualquier aptitud y no por las capacidades individuales. Lo del legislador hot, en verdad, es lo menos importante. Quizás ese hecho es el más escandaloso, es lo que muchos medios y las redes hicieron estallar, pero ese candoroso traspié comparado con un poder político que quiere reformar otro sólo para que una parte del primero esquive sanciones judiciales por corrupción, es un chiste mal contado. Ojo, el mundo está extraño, no somos solamente los argentinos. Me animaría a decir que la idea de Democracia está siendo cuestionada gracias a populismos de todo tipo y color, que exacerban los ánimos de la gente, harta del encierro, la pobreza y el coronavirus. Donald Trump y Jair Bolsonaro son los más resonantes, pero hay varios más. Si bien la gente está interpelando esos engaños, cuesta creer que estemos frente a una reyerta de proporciones, como aquellas que lograron cambiar cosas. En nuestra Argentina o en nuestro pequeño San Juan los que pretenden "Que se vayan todos" exageran bastante el tono, me parece. La palabra todos, los involucra a ellos también. Todos, es 2001. No sé el resto de los 780.000 sanjuaninos, pero mi ideal de vida democrática no comprende que un grupo de viejas aburridas o de peronistas imberbes y corruptos me lleven arrastrado. Paren un poco, muchachos, no representan a nadie.


El mundo se debate sobre la idea de la democracia. Los populismos como los de Brasil o Estados Unidos, entre muchos otros, están poniendo al resto del globo a debatir sobre si los ciudadanos estamos calificados o no para elegir a nuestros representantes. Nada más, ni nada menos. Y en serio Trump o Bolsonaro provocan dudas.


Vamos por el líder norteamericano. Los críticos al presidente Trump hablan de una persona ignorante, arrogante y sin límites. Sólo por mencionar dos hechos que orillan atropellos a la Democracia, el platinado sugirió en Twitter que las elecciones no se podían hacer por la pandemia, y cuando le preguntaron si abandonaría el cargo en caso de perder la contienda electoral, respondió "vamos a ver". Eso es lo peor, o no: también intentó prohibir dos libros críticos, el de su exasesor en Seguridad y el de su sobrina; su pensamiento sobre la igualdad de género es tan antiguo como la historia de la humanidad, lo mismo que en materia de diversidad de género. El razonamiento de Trump no avanzó a la par del mundo, pero gobierna una de las democracias más antiguas, lo que es una contradicción explícita. A su vez, tiene todos los atributos de un populista: nació como una especie de "outsider", alguien que no viene de la política, pero la domina; es carismático, adinerado y tiene un gobierno montado en lo superficial.

Donald Trump, presidente de Estados Unidos.


Más o menos lo mismo pasa con el presidente de Brasil. Bolsonaro negó la pandemia, se contagió y la volvió a negar; echó a dos ministros de Salud mientras el virus mataba brasileños en las calles. Más atrás en la historia, allá por 1993, dijo "Estoy a favor de la dictadura"; y como legislador, su cargo político anterior, una vez le dijo a una congresista que era tan fea que no merecía ser violada. Para colmo quizás ese haya sido su mayor acto de política, ya que muchos aseguran que mientras fue diputado pasó desapercibido porque no supo, no pudo o no quiso presentar ni defender ninguna ley importante y jamás logró un lugar de relevancia. Lo mismo que Trump: un nuevo (o semi nuevo) de la política que dice lo que las encuestas dicen que tiene que decir para llegar a algún lugar. El mundo está tan loco que con esa técnica Bolsonaro llegó a dominar el país más grande e importante de América latina. Así estamos.


En Argentina también tenemos un poco de todo eso y más. Como ya hemos dicho varias veces en estas columnas, pero hace falta repetir, este país es inviable porque la política lo ha hecho así. La ingeniería que armó la mente brillante de Cristina Fernández de Kirchner para ganar las elecciones sirvió sólo para eso, para el día de la votación. CFK quiso ganar y lo logró, pero no pensó en el día después. O sí lo hizo y le importó menos que perder en las urnas. No es posible que Alberto ni nadie parecido se banquen la presión que el kirchnerismo y la misma Cristina ejercen sobre el Poder Ejecutivo. No es viable un país con la economía que hay: casi sin reservas, con el 2 por ciento de desocupados más que el año anterior (2,3 millones de personas), con una inflación que probablemente llegue al 40 y pico por ciento, sin cumplimiento de acuerdos salariales y con el 40 por ciento de las personas bajo la línea de pobreza. En medio de todo eso, a la Vicepresidenta se le ocurre poner en agenda una reforma judicial. De mínima no está cuidando a su compañero de fórmula. De máxima está gobernando el país. En cualquiera de las dos variantes el que pierde es Alberto. Cristina es mucho más inteligente que esa reforma y maneja mucho mejor los tiempos. Evidentemente algo que nadie conoce la apura y la obliga a exponer las diferencias con Alberto a pesar de saber que juega con la gobernabilidad, a tan poco de asumir. O es su naturaleza, no lo sé. De igual forma es una locura institucional. 


Tenemos un mundo convulsionado que se pregunta a diario qué hacer, hacia dónde ir. Antes de la pandemia iba hacia un sitio y habrá que ver hacia dónde rumbea luego del virus, si es que alguna vez habrá un "luego". El peligro latente del "Que se vayan todos" argentino no contribuye a nada y sólo sirve para que algunos inflen el pecho. Yo entiendo a quienes salen en el Obelisco a protestar, pero no entiendo a los que salen en San Juan a hacerlo. Estoy seguro que Alberto y su troupe no contribuyen, pero acá hay comercio, hay industria, la desocupación es una de las menores del país, el sistema sanitario está funcionando, el Estado cumple con sus obligaciones, se pueden hacer deportes, en breve habrá turismo interno. Quienes hayan salido a protestar en San Juan tienen todo el derecho a hacerlo, pero no ahora. La salud es primero. Es tan peligroso eso como la irresponsable convocatoria de dirigentes del PJ en la puerta del Cívico por la visita del Presidente. Pero claro, nos gusta mirar los errores ajenos y los "negritos" del peronismo son peores que los rubiecitos de las camionetas que llenaron el centro de San Juan. Está bien ir a hacer un escrache en la casa de un funcionario y está pésimo cuando me lo hacen a mí. Doble moral, doble discurso de ambos lados. Ninguno es mejor. Los dos son peores. 


Ni que hablar de la torpeza de mandar dirigentes a cortar la calle y a escrachar a una mujer. Hacía mucho que no veía errores de semejante tamaño. El peronismo debe echar y denunciar a quienes hicieron esa cobarde maniobra. No solamente no denunciaron, ni siquiera repudiaron. Esa idea no salió de altos mandos, pero fue, que es lo importante y peligroso.


La bomba que están inflando con el "Que se vayan todos" tiene una onda expansiva que nadie puede calcular. Eduardo Cáceres la sufrió en carne propia y después fueron muy pocos los políticos que se animaron a salir. Hay que mirar lo que pasa fuera de San Juan sabiendo que acá es distinto. Es cierto, la hegemonía política es mala, no es positiva. Como siempre dije, que el peronismo esté gobernando con tantas facultades y con tanto apoyo, es peligroso, pero es el voto lo que provocó lo que estamos viviendo. Se puede criticar, pero no deslegitimar, porque hay muchos votos en el medio, no uno ni dos.


En resumen, no me parece que un pequeño grupo de personas opinen por los 780.000 que somos. De hecho, que se sepa, la imagen del gobernador Sergio Uñac sigue intacta. Tampoco me parece que el peronismo no haga ninguna autocrítica. De los que dicen mover masas sin intereses particulares, vi muchos antes. No nos olvidemos que en San Juan alguna vez Juan José Ramos movió gente en contra de los gobiernos. Después fue candidato y todos sabemos el final. De quienes encabezaron esos movimientos son muy pocos los que mantienen la ideología en pie. Aún falta mucho. Calma, tenemos problemas más urgentes e importantes que atender.