"...Como avalancha de circos desbarrancados, pasan las murgas, revoltosas... puro ingenio, puro barrio...".



Hasta mi casa ya llega el bullicio que se eleva en la noche de febrero y apuramos el paso. Los primeros estallidos, como tambores de duendes golpean la noche mojada. La magia del corso se ha cargado las emociones. San Juan se abraza a una de sus más queridas fiestas.


Bajamos rápido por Mitre hasta Mendoza. La plaza Veinticinco arde. Como podemos, entre rendijas de gente ya mojada, olor a albahaca y papel picado pisoteado, nos ubicamos en tablones de una tribuna que está en la vereda donde entonces era Dilbas. A lo lejos, como señales de humo que se nos vienen en tropel hasta el alma, retumban tambores y platillos caseros de noble lata, que anuncian que el corso arrancó desde el Norte. Un policía orgulloso camina por el medio de la calle haciendo sonar su silbato. La comparsa "El clavelito" es seguida por la de Villa del Carril, murga de por medio. Otro año el festejo de un rey pagano vuelve a atraparnos desde el ayer con su manojo de flores siempre frescas.


Con un taparrabos de lona viene Tarzán junto al gorila que se esmera en asustarnos y en el otro costado de la calle un boxeador que hace poco dejó los guantes desfila disfrazado de Cantinflas. Más atrás, otra comparsa que la gente ya arriesga ha de ganar el primer premio; prolija, numerosa, con un enorme estandarte negro calado de luces por sobre el autito que porta la batería que ilumina el grupo. Se me mete en el corazón como un clavel de fuego la murga de los millonarios, chicos de unos 10 a 15 años con trajes de bolsas de arpillera tachonados con tapitas de Bidú, Nora o cerveza San Juan y entre ellos voy yo a los saltos.


Pasa un camión atiborrado de mascaritas vestidas de dominó, gritonas y despreocupadas; una le arrebata de las manos el pomo a mi madre. Chau, Pierrot; chau, viuda alegre; chau, novia bigotuda de enormes pechos. Al cierre nos esperan los bailes de La Libanesa, la Casa España, Los Andes, el Barrio Rivadavia. A la siesta, la chaya siestera e insolente nos desató el pecho henchido de alegrías. 


Se acurrucan hasta el silencio los roncos rasguidos de la última comparsa. Como avalancha de circos desbarrancados, pasan las murgas, revoltosas, modestas pero contundentes, puro ingenio, puro barrio. ¿Brillos? ¿Plumas?: pocos. Esta historia es contada con la lógica de la calle, la filosofía de los bares, la asamblea de las esquinas y los arrabales. Salvo en algunos lugares de Buenos Aires, donde se coló la pasión de los festejos uruguayos, hoy todos los carnavales son réplicas de los brasileños: batucadas frente a sambódromos, en lugar de simples callejones de albahaca; samba brasileña en lugar de valsecitos; plumas en lugar de clavelitos en la oreja, tamboriles en el sitio de las guitarras y las armónicas; guirnaldas en lugar de murgas. Como ráfagas sombrías, como aletazos de cuervos, poco a poco vamos perdiendo nuestra identidad y nada hacemos (¡tan simple que es conservarla!). ¡Chau, carnaval! En un pañuelito de nostalgias cierro este cielo apretujado con algunas lágrimas y te pido que no me olvides.


 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.