Acorde al plan de su Creación, Dios echó al mundo dos hermanos; dos criaturas hechas para que se nutrieran mutuamente, se complementaran, erigieran reinos e hicieran florecer al mundo; ¿qué mejor forma de honrar al Padre que amar a su hijo, es decir, al propio hermano?

El linaje humano se ha divorciado del plan del Creador, porque aún no ha nacido una verdadera conciencia colectiva de hermandad.

Para pavimentar el camino de una verdadera conciencia -como lo hizo Europa después de la Segunda Guerra Mundial-, debemos aceptar el desafío de volver a pensar, sentir y escribir nuestra Historia, no por cierto, como decía Salvador de Madariaga "para blanquear de cal hipócrita lo negro que hay en ella, que no es poco”, sino para colocar cada hecho en su lugar y darle su significación no ya alemana, estadounidense, inglesa o argentina; sino como los errores y aciertos que los hombres, como género, cometimos.

En nuestro país, la tensión anglo-argentina representa la amenazante sombra de Caín. A primera vista parece ser un despropósito fomentar la comunión entre hermanos sacando a plena luz las tensiones entre dos pueblos, pero la reflexión es la mejor manera de purificarlas y airearlas, tratando de reducirlas a sus proporciones reales.

La tensión anglo-argentina se presenta de una forma muy compleja, porque hay dos elementos antagonistas: uno, natural y positivo o de atracción mutua; y otro, histórico y negativo, de repulsión mutua.

El factor natural y positivo se debe a la relación entre dos caracteres nacionales absolutamente complementarios, sin ser opuestos. Tanto el inglés como el argentino se distinguen por su carácter "pático”, abierto al fluir pleno de la vida, vertiendo la energía personal en el cauce de la existencia, pero de dos formas diferentes y contrastantes. El inglés se entrega plenamente a la vida en forma ético-social, mientras que el argentino lo hace en forma estético-personal. El argentino admira al inglés cómo se entrega a la disciplina personal libremente autoimpuesta, cosa que le agrada sobremanera al latino, siempre anarquista y rebelde a las normas. Para nosotros es el "anarquista perfecto”, y sin proponernos, admiramos el orden social inglés, es decir, la virtud. Por otro lado, el inglés admira en el español y latino la dignidad personal, el individualismo y el don espontáneo de crear belleza y su pasión por ella. Podríamos personificar estas dos formas diferentes con dos personajes de la Literatura Universal: El Hamlet de Inglaterra y El Quijote de España; uno, la antítesis del otro.

Hamlet es un príncipe joven, vigoroso, valiente e inteligente que vive en el centro de una sociedad densamente tejida de costumbres, modas, formas y tradiciones, pero que es consciente de su propio ser que no siempre coincide con los dictados que le impone la Rosa del Estado (aunque la ficción transcurra en Dinamarca). Su lucha es interna, consigo mismo y contra la férrea tradición, pero el fantasma que representa esta última le ordena obrar en contra de su rebeldía. El "ser” social, versus el "ser” individual. El primero triunfa y hace lo que le ordena el espectro, y él acaba suicidándose.

Don Quijote es un hombre ya maduro y apasionado, un desconocido que no tiene la presión de una sociedad que lo ha dejado solo en el vacío de su existencia, y en el vacío de La Mancha que no lo quiere ni lo necesita. Hambriento de algo que le suceda, sale a buscar los desafíos y responsabilidades que la sociedad no le impone, a pesar de desgarrarse en el dolor y el ridículo.

Si a estos dos personajes literarios los alentara la vida, serían dos individuos que han nacido para la amistad, porque ambos son el complemento perfecto: el ansiado equilibrio de toda comunidad que pasa exactamente entre los dos.

Dos pueblos, Argentina e Inglaterra, que la naturaleza los ha predispuesto para la amistad fecunda, están divorciados por la Historia. Los reveses y éxitos de las políticas militares o económicas de ambos países guardan una estrecha relación con sus distintas idiosincrasias. Mientras al pueblo inglés le servían las crisis para reforzar su cohesión y espíritu de nación y sociedad para crecer, España y las naciones hispanoamericanas se empequeñecían cometiendo suicidio dividiendo sus pueblos en dos bandos, cuyas fuerzas opuestas se neutralizaban entre sí.

Por esa inepcia política, España perdió Portugal; nosotros, consumidos por luchas políticas intestinas, es que no pudimos dotar a la incipiente Nación de una flota de guerra. Esa falta de hermandad la pagamos con las Malvinas.

Cuando dos hermanos riñen, el Padre Justo -al igual que un juez en la corte- les decreta castigos y penitencias a ambos. En cambio, cuando los hermanos hacen hincapié en lo que los une, y no en lo que los separa y se perdonan entre sí; el Padre se regocija en sus actitudes, los absuelve, les da regalos y les derrama bendiciones inesperadas. Cuando glorificamos al Hijo, al ver a Jesús en el hermano, también estamos glorificando al Padre y a toda su Creación.

(*) Intérprete y traductor. Docente de inglés y alemán.