Cuando Jesús salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios (Mc 1,29-39).

"El gesto de Jesús es salvífico, todo expresado en las manos...".

Para comprender este texto es necesario insertarlo en su contexto, que es el de un día sábado, día en el que estaban prohibidas 1.521 acciones.  Este número nace de los 39 trabajos especiales que fueron necesarios para la construcción del Templo de Jerusalén, de los cuales cada uno de ellos era subdividido en otras 39 actividades, lo que equivalía a un total de 1521 tareas.  Entre estas, existía la prohibición de visitar o curar a enfermos. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre.  Era una mujer, y éstas en aquella época eran consideradas “nada”, y al estar enferma se encontraba en una condición de impureza legal.  Una mujer en un caso así debía ser evitada.  Los textos antiguos nunca nombraban a las mujeres, a no ser que fuese estrictamente necesario, como para la suegra de Pedro, que por otra parte permanece en el anonimato ya que no se nos dice cómo se llamaba. 


En cambio, “inmediatamente” (en griego: euthys), una vez que le presentaron el caso, Jesús se “acercó, la tomó de la mano y la levantó”.  El milagro es presentado sobriamente, pero con tres gestos exquisitos de humanidad, delicadeza de sentimientos, ternura, y compasión. Recuerdo que hace unos años me tocó visitar a quien padecía una enfermedad contagiosa.  Los médicos del hospital en que se encontraba le habían ofrecido hablar con un psicólogo y un psiquiatra, pero no aceptó.  Al final le dijeron si deseaba recibir la visita de un sacerdote, y me llamaron.  Debo admitir que al llegar a la puerta de la habitación donde se encontraba este jóven me atemoricé.  Había un cartel que advertía el peligro de contagio.  El muchacho estaba desahuciado, con sus ojos hundidos y rostro macilento. Deseaba morirse.  Recuerdo algo que me sigue impresionando aún hoy, y no me presento como ejemplo.  Pienso que fue una inspiración de Dios para que le diera la unción, le tomara sus manos y le besara la frente.  Con ese simple gesto, este chico pareció revivir.  Lo visité otras veces más hasta que abandonó el centro médico.  Se recuperó y ahora participa todos los domingos en la celebración eucarística.  Me hizo acordar la frase que un joven enfermo de HIV le dijo a su padre que no lo quería ver: “Ámame cuando menos lo merezca, porque es cuando más lo necesito”.


El del caso del evangelio de hoy no se trata de uno de esos casos que encontramos en loos relatos de los otros evangelistas, como el de ciegos, paralíticos, endemoniados.  Aquí se refiere  sólo a una fiebre que obliga a la anciana mujer a estar en cama, pero el gesto de Jesús es salvífico, todo expresado en las manos. Es un cuadro bellísimo.  Este gesto de la mano tiene su importancia.  El autor del Salmo 72,23 canta al Señor: “Me tomaste de la mano derecha y me salvaste”.  La mano de Jesús es para esta mujer la misma mano de Dios que interviene en su vida para liberarla. Un joven maestro que se acerca y la levanta de la condición que le impide estar activa. Se trata aquí del mismo verbo griego (egheíro), que se emplea para indicar la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,41), y del mismo Jesús (Mc 14,28; 16,6). Desea hacerla ingresar en ese reino donde “no habrá más muerte, ni luto, ni lamento, ni dolor y en el que Dios secará las lágrimas de nuestros ojos” (cf. Ap 21,4; Is 25,8). La mujer, una vez curada comenzó a servirlos: en griego “diakonei”, que por lo demás aparece en un tiempo verbal imperfecto, indicando una actividad que comienza y no concluye. Esta mujer ha entrado en la lógica del servicio libre y liberador sin ocaso. Dejada la fiebre y postración del egoismo comienza la prontitud generosa del servicio activo. Quien ama sirve gratuitamente, continuamente e indistintamente. Marcos usa el verbo “servir” que es sinónimo de “seguir”. Es que el “seguidor” de Jesús debe ser “servidor”. Luego de esto, Jesús se retira a un lugar solitario para orar.  Es un detalle de la jornada de Jesús que revela profundamente su persona.  Su “día” no es completo sino parte de la oración y vuelve a ella.  Orar es necesario para dar sentido y contenido al obrar. Como dice el Papa Francisco: “La fuerza del hombre es la oración, y ésta es la debilidad de Dios”. Es que Dios es débil sólo ante la plegaria confiada del que sufre y del que pide fuerzas para ayudar.