A la misma época del año anterior, fines de diciembre, pocos o nadie imaginábamos que estaríamos como está el país en la situación actual. El ministro de Economía Nicolás Dujovne terminaba de anunciar que se corregía el índice de inflación previsto en el presupuesto aprobado por el Congreso y la meta se movía tres puntos hacia arriba, de 12 a 15%. Regía el sistema que muchos países aplicaron con resultados diversos, el de metas de inflación "inflation target". Visto que vamos a terminar cerca del 50% aquello ahora parece una broma. Casi simultáneamente el diputado Sergio Massa proponía, y fue votado y aceptado, un impuesto a la que él llamó "renta financiera", meses después esta medida fue la que dio inicio a la catástrofe de mayo (Massa se propone nuevamente como candidato pese a haber perdido las últimas elecciones hasta en su propio distrito, Tigre).

En todos lados hay turbulencias con movimientos bruscos de mercados.

El país venía viviendo de prestado para poder atender compromisos internos sobre todo en el plano social, dado que mes a mes se debían y deben extender unos 18 millones de cheques a otros tantos beneficiarios y esto con impuestos que pagan apenas unos 8 millones de contribuyentes de la economía real, el resto son pagos de los empleados públicos, que es como sacar plata de un bolsillo y ponerla en el otro. El prestado lo era mediante la emisión de letras llamadas Lebac, que justamente agotaron su vida esta semana, o sea que, el interés que el Estado ofrecía a los particulares al suscribir las Lebac debía reducirse con el impuesto "Massa". Descontando la inflación realmente ocurrida era evidente que, en cuanto esto comenzara a regir, los inversores no ganarían lo esperado y en ciertas ocasiones terminarían perdiendo plata. No hubo que esperar mucho. Un día antes de que comenzara a regir la ley de este impuesto, no se pudieron renovar las letras que vencían esa semana y ahí, al quedar vacantes miles de millones de pesos, empezó la corrida al dólar, refugio inmediato y natural de todo ahorrista en nuestro país desde hace décadas. Los de afuera ya habían hecho la diferencia con un dólar casi fijo y se retiraron para no volver. Otra vez al FMI en busca de auxilio porque simultáneamente había subido la tasa de interés en USA y el crédito se hacía más caro en las fuentes voluntarias o directamente imposible. De ahí hasta la actualidad se registraron dos trimestres consecutivos de caída de la economía dado que bajó el consumo a la vez que, por los compromisos asumidos con el Fondo, hubo que cambiar la estrategia monetaria eligiendo la de restricción de agregados y la reducción del déficit a cero, o sea, recesión. Curiosamente pese a la caída del empleo, que no fue drástica, y el previsible aumento de la pobreza, no hubo tantos conflictos callejeros, se cree que debido a la existencia de planes sociales que estaban ausentes en 2002, cuando la otra crisis severa. La referencia inicial que hacíamos al año anterior viene al caso porque, así como no imaginábamos en qué derivaría la economía porque nunca pensamos en las consecuencias de ciertas medidas, tampoco vale especular sobre lo que puede pasar en 2019 faltando 10 meses para las elecciones. Las medidas fueron dar la idea de que se desaflojaba la cincha del gasto cuando se abandonó la meta de inflación y el impuesto Massa que ofrecía castigar al que nos iba a prestar cuando necesitábamos salir a pedir. En este año, se pasó del blanco al negro desde mayo en adelante, recordemos que a fines de 2017, el gobierno de Macri festejaba un nuevo triunfo electoral en las legislativas y terminaba el año descorchando champán. Siete meses y dos titulares distintos del Banco Central después, se ponía en marcha el ajuste programado más drástico que se recuerde. ¿Puede alguien arriesgar pronósticos en un sentido u otro a tanta distancia, al menos con un grado razonable de acierto? No sólo en nuestro país, que es un ejemplo mundial de banquinazos, sino que también en otros mucho más estables, como la Francia de Macron, el Reino Unido de Theresa May, Estados Unidos de Trump, Italia o España.

A los líderes les cuesta mantener buenos números de popularidad.

Entre nosotros, si renovará Macri, si volverá Cristina, si aparecerá un tapado como Lavagna son por ahora divertimentos propios de las mesas de café o de las reuniones de amigos y, sobre todo, de cobertura periodística. En la provincia la cosa está más clara no porque tengamos ahora candidatos que son número puesto sino porque se mantiene la estabilidad política, social y gremial desde hace 15 años y no se ven elementos para suponer que esto vaya a cambiar. Por un lado el peronismo y por otro lado lo que hemos venido llamando el basualdismo con sus recientes aliados en Cambiemos. Entre los dos, alrededor del 90% de los votos. A diferencia de lo que pasa en la Nación, el oficialismo está fuerte y la oposición está clara. No queda espacio para sorpresas, si hay alguna quedará reservada a nivel de las intendencias, nada más. Termina el año y en el país quedan muchas variables en juego: la medida de la cosecha de granos y la cantidad de dólares que puedan ingresar según sean o no buenos los precios. Otra cuestión será el sostenimiento o no del ajuste fiscal. Necesidades de nuevos financiamientos para 2019 parece que no hay, se suspendió el programa de inversiones público privadas llamado PPP por incremento brutal del riesgo país, recuperamos al superávit comercial aunque escaso, en fin. Nada para vaticinar la hecatombe ni el resurgimiento. Utilizando lenguaje de vacaciones, los próximos meses parece que haremos la plancha, como en el mar, dejando que nos arrastren las olas.