Según el Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, de la Universidad Católica Argentina, el 8,2% de la niñez y adolescencia realiza tareas domésticas intensivas como limpiar, lavar, planchar, hacer la comida, cuidar a los hermanos, hacer compras, juntar agua o buscar leña. El 12,3% de los niños y adolescentes urbanos entre los 5 y 17 años ayuda a familiares u otras personas en un trabajo, hace alguna actividad remunerativa por su cuenta, es empleado o aprendiz.
El trabajo en cualquiera de sus formas alcanza al 17,6% en la niñez y adolescencia entre los 5 y 17 años y afecta la inclusión educativa, aumenta la deserción y la probabilidad de ausentismo escolar. Es así que entre 5 y 17 años, el período de la escolarización obligatoria en Argentina, la inasistencia a la escuela alcanza el 9,1% entre los niños y adolescentes trabajadores. Por ello, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha pedido a los 193 países que la integran, que introduzcan medidas para proteger a los adolescentes que se encuentran entre la edad mínima para trabajar y los 18 años reglamentarios. La OIT ha denunciado que más de la mitad de los 215 millones de niños trabajadores en el mundo realizan actividades peligrosas y cada minuto muere uno de ellos por accidentes, enfermedades o graves traumas psicológicos relacionados con ellas. Según los datos recogidos por el organismo, 115 millones de menores efectúan labores de alto riesgo y una gran parte de ellos se encuentra en Asia.
El trabajo infantil es una consecuencia del nivel de pobreza y la falta de trabajo decente. Terminar con él es un desafío para convivir en una sociedad donde la dignidad de la persona no conozca edad.
