La política exterior de la Argentina, caracterizada por la dureza de las críticas a países desarrollados, a multinacionales y organismos multilaterales de crédito, más la sectorización ideológica, sólo logró un aislamiento con graves consecuencias económicas desde que el kirchnerismo llegó al poder. Ahora, casi al fin de su mandato, la presidenta Cristina Fernández parece haber comprendido que es en el escenario mundial donde se plantean y resuelven los problemas.

La mandataria ha manifestado con hechos palpables su predisposición para lograr entendimientos y no tardó en recibir apoyos que por ahora son solidarios con un reconocimiento hacia el voluntarismo para solucionar problemas, como los de la deuda, que frenaban cualquier otro entendimiento o deteriorando la imagen del país. Las últimas señales positivas de este nuevo rumbo estratégico fueron directas, en la visita de la presidenta a su colega francés, la semana pasada. Allí obtuvo el compromiso de François Hollande para que la Argentina pueda avanzar en las gestiones por la deuda con el Club de París y llegar a buen término en un conflicto de casi una década que impide el acceso de la Argentina al sistema financiero internacional a tasas presenciales.

Pero tan significativo, o más, que la visita a Francia, fue el mensaje enviado por el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, a través del secretario de Estado norteamericano para Brasil y el Cono Sur, que llegó a Buenos Aires para reunirse con miembros del oficialismo y la oposición en un almuerzo. William Ostick, fue categórico al expresar que Washington apoyará al gobierno argentino en todos los desafíos que tiene en el plano internacional, porque lo considera un ‘socio estratégico fuerte” para los Estados Unidos. Agregó que Obama es optimista en cuanto a la solución de los problemas financieros que aquejan a la Argentina y que acompañará a la gestión porque será una forma de dejar atrás las fricciones que los venían separando.

Es que son los gestos los que cuentan en la política internacional. Las amenazas, los discursos destemplados o los incidentes como el de 2011 en Ezeiza, cuando se impidió el ingreso de un avión militar de EEUU con una delegación invitada a dar cursos de instrucción policial, hechos que enturbian la sana convivencia de naciones con objetivos comunes.