¡Que malo que esto siga ocurriendo! En las postrimerías del año que se va comencemos a pedir que el que viene sea mejor, por la sola razón de que el que fenece ha sido malo. ¿Hasta cuando ocurrirá esto? Bueno sería que rogáramos porque sea igual, ¿pero quien se animaría a pedir un año igual al 2009?

Hemos tenido muchas zozobras este "09, cifra que nos figura al final de cada fecha vivida los 365 días que -una vez más- se alejan pero dejan huellas. Uno piensa, legítimamente, que no era necesario tanto enfrentamiento inútil, tanta crispación política, tanta soberbia. Es necesario que los tiempos que vienen estén signados por lo menos por el cansancio de tanta pelea estéril, si es que no podemos esperar una dosis de sensatez que corresponde a los principales actores sociales: la dirigencia política, el sindicalismo, la gente adueñándose de las calles porque el gobierno lo permite y alimenta.

Después de un temporal de palos, malos entendidos y desmentidas, seríamos muy insensatos si no apostáramos a la mínima racionalidad, que -antes que nada- debe reflejarse en los hechos políticos. Esta apuesta de la sociedad, si es sostenida, y no transa más con el desatino y la impostura, deberá condicionar a la clase política en el compromiso de retomar un camino que ya no podrá ser de tanto enfrentamiento y pésima voluntad. De una vez por todas se debe comprender que el país necesita como el agua (bajo amenaza de caer en el vacío) que su encausamiento hacia afuera y hacia adentro sea más poderoso que las ambiciones políticas y la acción tendiente a devastar quien piensa diferente, como en una guerra, sin reparar que no han pasado tantos años desde que el +aniquilamiento+ de la gente fue un argumento terrible que sólo sirvió para mostrar el peor costado de las fieras que tiene al ser humano.

¡Tanto te hemos dado, ingrato "09! Te dimos nada menos que la esperanza, y la tiraste al canasto de la basura. Y con esa acción arrastraste conciencias inocentes, ilusiones vírgenes, mayores ya resignados a la mediocridad. Si, en una de esas simplificaciones que nos distinguen a los argentinos, pretendiera asignar las culpas a un número, quizá nos permitiríamos el recreo de mirar para otro lado, dejar la politiquería y el desatino afuera, y mirar de reojo a esa cifra viejita y desgastada, que sólo ha tenido el infortunio de ser incomprendida por casi todos.