Ayer se recordó el 29 de julio de 1966, fecha en la que las universidades nacionales fueron intervenidas y ocupadas militarmente en el episodio que se conoce como la ‘noche de los bastones largos’. Cientos de profesores, alumnos y no docentes que ocupaban varios de los edificios de las facultades de Buenos Aires en defensa de la autonomía universitaria y la libertad de cátedra fueron salvajemente golpeados por miembros de la Guardia de Infantería de la Policía Federal, enviados por el presidente Juan Carlos Onganía -quien había sucedido a Arturo Illia, tras su derrocamiento- quien decretó la intervención a las universidades nacionales y la ‘depuración+ académica. De las casas de altos estudios fueron expulsados profesores considerados opositores, sin importar su nivel académico. La consecuencia de esta ‘noche negra” para la cultura nacional fue el despido y la renuncia de 700 de los mejores profesores de las universidades argentinas, que continuaron sus brillantes carreras en el exterior.
Esta situación se mantuvo hasta la apertura democrática de 1983, en que la Universidad recuperó la autonomía, el cogobierno y la gratuidad. Resulta difícil para la actual generación de estudiantes, acostumbrados a debatir libremente y de una variedad de perspectivas, imaginar lo que se vivió en aquella ocasión.
Lo que sucedió hace ya 50 años, puede ser calificado como una de las acciones más tristes de nuestra historia, porque fue un duro golpe que se asestó al corazón de la universidad argentina.
Entre los testigos de esa noche estuvo Warren Ambrose, profesor de Matemáticas en Massachussets Institute of Technology y en la Universidad Nacional de Buenos Aires, quien sintetizó lo ocurrido. El catedrático dijo que ese 28 de julio, el Gobierno de Facto, de nuestro país emitió una ley suprimiendo la autonomía de la Universidad de Buenos Aires y colocándola, por primera vez, bajo la jurisdicción del Ministerio de Educación. Lo mismo que al resto de las universidades. Fueron disueltos los consejos superiores y directivos y se decidió que estarían controladas por Rector y decanos, a las órdenes del Ministerio de Educación. Ante esta situación no deseada, el decano de la Facultad de Ciencias, Dr. Rolando García (un meteorólogo de fama que ha sido profesor de la Universidad de California en Los Ángeles), convocó a una reunión del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias, compuesto de profesores, graduados y estudiantes. El objetivo de la reunión era informar a los presentes sobre la decisión tomada y proponer una ratificación de la misma. Luego de la votación, hubo un rumor de que la Policía se dirigía hacia la Facultad de Ciencias. Al cabo de 20 minutos las puertas de la Facultad fueron cerradas como símbolo de resistencia. En el interior del edificio la gente permaneció inmóvil y a la expectativa, habían alrededor de 300, de los cuales 20 eran profesores y el resto estudiantes, docentes y auxiliares.
Al entrar la Policía, forzaron las puertas y se escucharon bombas, que resultaron ser gases lacrimógenos. Luego llegaron soldados que ordenaron pasar a una de las aulas grandes, donde se obligó a los presentes permanecer de pie, con los brazos en alto y contra una pared. Hubo gritos y golpes con palos. En medio de una violencia brutal profesores y alumnos fueron empujados hacia la salida del edificio en medio de una especie de ‘callejón de los naranjos” recibiendo golpes y culatazos de armas. Después de esto, fueron llevados a una comisaría en camiones, donde los retuvieron un tiempo, hasta quedar en libertad sin ninguna explicación.
La emigración de los catedráticos fue la consecuencia lógica después de este suceso que hasta hoy se recuerda como un hecho que es ejemplo de autoritarismo y barbarie.
