Sus insultos al calificar de traficantes de drogas y violadores a los mexicanos mientras anunciaba su candidatura a la Presidencia, cortaron de cuajo un debate profundo sobre los símbolos racistas que reflotaron tras la reciente masacre de nueve afroamericanos en una iglesia en Charleston, Carolina del Sur. Con una lengua sin tapujos y convertido en fiscal social, Trump gozaba de cierta empatía popular para criticar a cualquier candidato que no apoyara el libre mercado o para desafiar a Barack Obama a que muestre su partida de nacimiento.
Pero en su papel de candidato las cosas cambiaron. Pasó de fiscal público a que el público lo fiscalizara. En esta órbita el peso de las palabras tiene mayor peso y le pasaron factura. De ahí que sus insultos, que los lanzó como si estuviera en la ficción de reality show "El Aprendiz”, chocaron con la realidad, con una catarata de desagravios que mellarán su posibilidad electoral y su bolsillo.
Su error de cálculo le está restando popularidad a futuro, en especial por una catarata sin fin de censuras y boicots a su imagen y negocios, a la que se suman empresas, celebridades y personas de todos los calibres y colores. Las cadenas Univisión y NBC fueron las primeras en romper los contratos para la televisación de sus concursos Miss Mundo y Miss Universo. Televisa y el mexicano segundo más rico del mundo, Carlos Slim, también cancelaron negocios con Trump. Casi un millón de firmas obligaron a la cadena de tiendas Macy’s a ser políticamente correcta y dejar de vender sus corbatas y camisas. Y a la batahola de reprimendas en Facebook, Twitter e Instagram, se le sumaron desde Jay-Z a Ricky Martin y Shakira.
Trump fue poco inteligente. Cerró las puertas de su candidatura al voto hispano de 56 millones de personas, la primera minoría del país, y desdeñó la fuerza de una comunidad que junto a la afroamericana y la asiática, aportó 3400 billones de dólares a la economía en 2014. Difícilmente alguien puede llegar a la Presidencia sin este botín que desvela a demócratas y republicanos por igual, y que sabiamente usó Obama para ganar sus dos presidencias.
Lo más lamentable, sin embargo, es que los insultos de Trump desviaron la atención sobre un rico debate que se había instalado en la sociedad. El racismo, sus símbolos y la tenencia de armas son temas recurrentes en la cultura estadounidense cada vez que un afroamericano es apaleado o peor, como en este caso, que nueve fueron asesinados por Dylan Roof, un blanco al que prefieren llamarlo supremacista y no lo que es: terrorista.
Los feligreses de la iglesia en Charleston ya habían sido testigo de otros desmanes, pero ninguno de esta envergadura, obligándolo a Obama a hablar del racismo que todavía "forma parte del ADN de este país”. Tal vez lo único que logró Charleston, es que se haya desterrado de los mástiles oficiales la bandera confederada, esa insignia de emancipación de los estados del sur que se desdibujó en símbolo de esclavitud y superioridad racial adoptado por los supremacistas blancos.
El discurso nacionalista y racista de estos supremacistas como Trump no se compadece con la evolución que EEUU ha demostrado tras elegir al primer presidente negro de su historia. Por eso, así como él lo hace en El Aprendiz, hay que imponerle sus mismas palabras: ¡Está despedido!
