Donald Trump empezó su Presidencia con su depósito de confianza semivacío. Su pasado de celebridad televisiva lo hizo famoso, pero no creíble. Las acusaciones que vertió sobre sus colegas candidatos causaban gracia, pero no confianza. Terminó ganando las elecciones porque el depósito de Hillary Clinton estaba más vacío aún. 


Cada uno posee un depósito o una imagen de credibilidad que proyecta hacia los demás; algo crucial entre aquellos individuos o instituciones cuyo trabajo depende de la confianza del público, como un presidente, una periodista o un padre en su familia. El reservorio aumenta o decrece según las acciones y dichos que se asumen. La ecuación es simple: Más verdades, mayor credibilidad; más mentiras mayor desconfianza. 


Recuperar la confianza perdida no es fácil, menos en política. Muchas veces, como en la fábula del pastorcito de ovejas y el lobo, se desconfía hasta de la verdad cuando la antecedieron mentiras. Para revertir la incredulidad, se requiere una alta dosis de buena conducta, verdades sistemáticas y resultados exitosos. Esta no parece ser la fórmula de Trump. 


En la Presidencia creó más desconfianza, sobre la base de mentiras, exageraciones y teorías conspirativas. Su popularidad ahora es menor al 30 por ciento. El riesgo de gobernar sin sustento popular es alto. El Congreso, incluidos sus propios partidarios, no le respetan ni se sienten presionados para votar sus leyes 
Trump deambuló varios años diciendo que Barack Obama no podía ser presidente por haber nacido fuera de EEUU. Aquella alharaca no le pasó factura porque lo hacía desde un lugar sin responsabilidad política. Distinto es ahora. Como presidente está obligado a fundamentar sus acusaciones con evidencias. 


Algunas de sus exageraciones fueron inofensivas, como la que en su juramento había más gente que en el de Obama; algo que las fotografías desmintieron. Otras fueron graves, como cuando acusó a Obama de haberle intervenido los teléfonos en la Torre Trump durante la campaña electoral. Se quedó con pura retórica, sin aportar pruebas. 


Trump tendrá que dar un buen viraje de timón si quiere llegar a buen puerto. Deberá cambiar de actitud, estilo y discurso. Debe dejar de lado los tuits altisonantes, alejarse de las conspiraciones y dejar de calificar de noticia falsa toda información que le disguste o no le conviene a sus intereses. 


La relación democracia/desconfianza es simple. La gente está cansada del ruido, de las expectativas incumplidas y de los personalismos ególatras que anteponen los intereses partidarios al bien común.  


Seguramente Trump sabe que con la confianza por el piso es presa fácil y que hacer leña del árbol caído es deporte en la política. Pero lo traiciona su personalidad. 


Para revertir su situación deberá gobernar bajo la fuerza y la apariencia de la verdad. Solo así logrará recuperar y aumentar la confianza del público. 
 

La prensa, dolida por los dichos de Trump, no le deja pasar una.