Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: "Escuchen otra parábola. Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para recibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo''. Pero al verlo, los viñadores se dijeron: "Éste es el heredero; vamos a matarlo para quedarnos con su herencia''. Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?'' Le respondieron: "Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros''. Jesús agregó: "¿No han leído nunca en las Escrituras: "La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular?''. Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos'' (Mt 21,33-43).


El breve canto de Isaías que leemos hoy en la primera lectura (cf. Is 5,1-7), es una pequeña obra de arte. Sirviéndose de una alegoría, el profeta describe en profundidad la monótona historia del Pueblo de Dios. Mirando superficialmente los hechos de Israel, éstos son múltiples, pero en profundidad repiten constantemente el mismo motivo: de una parte se encuentra el amor de Dios, y por otra, la traición del pueblo. De un lado el cuidado asiduo y paciente de Dios, y por otro lado una obstinada esterilidad. Pero, asegura Isaías, es una historia que no puede continuar hasta el infinito. La paciencia de Dios tiene un límite y hay un juicio (cf. Is 5,3). Dios esperaba obtener racimos de uva exquisita y obtuvo agrazones. Agrazón es una palabra poco usada entre nosotros. Significa el fruto agraz, o amargo, de la vid. Es la uva producida por los sarmientos que se van en vicio y que nunca llegan a madurar. ¿Qué hace un propietario cuando una viña se resiste a dar frutos, a pesar de los cuidados que se le prodiga? La abandona, no gasta más esfuerzos en ella, deja el terreno librado al pastoreo o lo dedica a otros fines. De hecho, poco tiempo después de Isaías vino el exilio del pueblo de Israel, el amargo destierro. Jerusalén quedó reducida a ruinas y el pueblo liberado por Yahveh de Egipto, pasó al cautiverio en Babilonia. La parábola de los viñadores homicidas que Jesús narra este domingo se inserta en el contexto de esa imagen de Israel como viña de Yahveh. Pero también a la viña de la Iglesia, nuevo Israel, se le pide cuenta de sus frutos y no siempre son los esperados. En ocasiones, en vez de uvas dulces y maduras, produce sólo agrazones. ¿Cómo es posible que Dios no encuentre en su Iglesia lo que espera? No confundamos infalibilidad con impecabilidad. La Iglesia es infalible, ya que nunca abandonará el camino de la verdad. Pero la Iglesia no es impecable, ya que sus miembros y sus componentes somos pecadores, débiles y llevamos el tesoro de la gracia en vasos frágiles (cf. 2 Cor 4,7). El Concilio Vaticano II recuerda en sus documentos que la Iglesia "encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación'' (Const. Dogm. Lumen Gentium, 8). Una vida cristiana infecunda, rutinaria, intermitente y deliberadamente mediocre, es el agrazón o la uva amarga. 


La familia es una Iglesia doméstica. Por ahí ha de comenzar el examen de conciencia sugerido por las lecturas de este domingo. Nuestra familia es una viña, plantada amorosamente por el Señor y por él cuidada a más no poder. ¿Qué frutos estamos dando? ¿Uvas jugosas y dulces de un amor familiar cultivado y madurado? ¿O el amargo gusto del agrazón de una vida en discordia y sin real unión? ¿Encuentra el Señor en la viña de nuestro hogar y comunidad los frutos de la alegría y paz, bondad y confianza? El escritor estadounidense Julien Green (1900-1998), en su obra "Cada uno en su propia oscuridad'' escribe así: "Dios nos sigue paso a paso. Tú tal vez no te das cuenta. A veces lo echamos fuera, pero él vuelve de nuevo. Él no se aleja del hombre. Está acostumbrado al rechazo, pero siempre regresa porque es Amor, y el amor es siempre obstinado''.

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández