Setenta años es una vida. Pasaron historias comunes, gobernantes, sueños logrados e ilusiones frustradas. Pocos años antes, un terremoto había revolcado la ciudad en el miedo y sembrado una historia repentina de muertes y forzosas incorporaciones. Un diario joven recibió todo este cuadro de desolación y resistencia e hizo con él una epopeya desplegada en páginas, donde escribieron los mejores periodistas y escritores de San Juan.


Estuvo a tono con la hazaña de resurgir de entre las cenizas, porque desde su trinchera de papel y tinta, jamás se enredó en llantos estériles. Aunque las crónicas descarnadas sobre la tragedia tuvieran el tono de la peor tristeza. Pero, a la par de un sentimiento de rebeldía ante ella, un presentimiento hondo de que - quizá - la vida, el destino, Dios, nos estaba dando una oportunidad para reconocernos. Eso fuimos desde entonces. Y, DIARIO DE CUYO, un testigo privilegiado de ese empecinamiento por el cual nos impusimos, que el amor vence a la muerte.


Y acá estamos, San Juan. Acá estamos, DIARIO DE CUYO, espejo muchas veces cruel, otras bello, otras descarnado de nuestra provincia. Donde todos los días nos asomamos; donde páginas forjadas en el amor a una comarca que entregó nada menos que a Domingo Faustino Sarmiento y otros próceres, nos enfrenta con la realidad. Pero, al modo sublime que sirve para modificarla. Una vez, mi amigo, el Dr. Alberto Marcelo Bustos, aseguraba que quien no sale en DIARIO DE CUYO, no existe. Eso quería yo decir.

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En este diario conocía a su fundador y quijote, don Francisco Salvador Montes. Hombre de convicciones y tesón por su patria chica. Las veces que conversé con él, ví un hombre simple, pero bastante sabio. Siempre recuerdo cuando quisimos estrenar para el folclore ese escenario que nos honra en el mundo, el Auditorio "Juan Victoria", y que venía siendo negado a esta expresión musical. Nos preguntamos entonces ¿cómo hacer para arrimar el público de la música nativa a un sitio donde jamás se la había permitido? Don Francisco nos dijo que no nos hiciéramos problema; que él colaboraba con la publicidad; y fue lo que hizo; él mismo la diseñó.


Ese sábado de hace varios años, nuestro Auditorio estuvo repleto para presenciar como dos muchachos que comprometieron su vida con la música de Cuyo, solitos, llenaban la magna sala de sonidos nuevos que, desde entonces, nunca salieron de allí.

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Quiero homenajear al sustento primigenio del diario, así, simplemente y recordar también que mi tío Pento (Vicente Celani), fue periodista y corrector en él y que aquí conocí gente de talento y personas humildes comprometidas con el noble arte de entregar la noticia, al modo que se entrega una flor.

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Un archivo donde una provincia esforzada, castigada, pero también privilegiada de quimeras y grandes hombres, yace triunfal en escaparates iluminados de un diario. Allí está todo. Bueno o malo, nada quedó en el tintero, si sabemos leer los rincones y los espíritus.


Desde un pasado periodístico pintado de glorias y crónicas iluminadas, La Morisqueta de Calderón de la Piragua (Jorge Luis Bates), nos saluda en sonetos de vida que forjaron con talento a San Juan, junto a muchos otros idealistas que empuñaron la pluma en clave de sueños.