Muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?'' Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen'' En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede"" Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?'' Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios'' (Jn 6,60-69).


A lo largo de varios domingos hemos meditado el capítulo 6º de san Juan, conocido como el "Discurso del Pan de Vida''. Hoy concluimos la lectura del texto donde aparecen los discípulos escandalizados porque Jesús los invita a comer su carne. Tomar un bocado, beber, parece una acción sumamente simple. Sin embargo, realmente, comer es una operación complicada. Se trata de un procedimiento altamente sofisticado que exige multitud de procesos. Los alimentos, substancias complejamente estructuradas procedentes de otros organismos, para que puedan ser utilizados integrándolos en nuestras propias estructuras y produciendo energía, deben transformarse antes en elementos más simples: las proteínas, en aminoácidos; los glúcidos en monosacáridos y los lípidos en ácidos grasos. No vamos a describir las distintas fases de la digestión. Gracias a Dios, no tenemos que asumir conscientemente este trabajo ya que nuestro organismo lo realiza de manera automática.


Se hablaba por ejemplo de "digerir las enseñanzas de alguien'', para significar que se las analizaba, organizaba y asumía ordenadamente en la propia mente. Los abogados o estudiantes de derecho saben que se llama "digesto'' a la colección de las decisiones del derecho romano. En efecto "digesta'', digeridos, era el nombre general que los antiguos jurisconsultos daban a todas sus obras y, especialmente, a los libros de las Pandectas, la recopilación del derecho civil hecha por Justiniano en el siglo VI. Lo que hasta entonces había sido una colección de leyes y más leyes, caóticamente mezcladas, ahora se dividía y organizaba en partes, era asimilada por el jurista y propuesto orgánicamente a la gente para enderezar y regular la sociedad: estaba digerido, "digesta''. Digerir una enseñanza, pues, no era en la antigüedad una metáfora basada en la fisiología. Al contrario el término fue utilizado primero en el orden intelectual, moral, jurídico y, tardíamente, para denominar también la digestión fisiológica.


Es verdad que Jesús, en la última parte de su discurso sobre el pan, ha pasado, en el griego original de nuestro texto, del verbo comer (faguein) a una expresión más fuerte (troguein) tragar, devorar, poco usado para el comer humano y más bien reservado al comer de las fieras, con lo que aparentemente insiste en el realismo concreto de este "comer su cuerpo''. Pero, ciertamente, cuando utiliza ese término, más que pensar en nuestro comer, está pensando con infinito amor en lo que quiere ser Él para nosotros.


En el sentido del venerable Antonio Chevrier, maestro de espiritualidad francés muerto en 1879, quien, en su libro "El sacerdote según el evangelio'', les proponía el modelo de Cristo en el sagrario, recordando al sacerdote que él mismo debe convertirse en pan para ser "devorado'' por los fieles. A pesar de que así está dicho en el Evangelio, ya no usamos crudamente la expresión "comer la hostia'', "tragar el pan'', sino que hablamos de "comulgar'', palabra que viene no de comer, sino del latín "communicare'', comunicar. Deriva de "cum-munire'', construir juntos, defenderse juntos, hacerse fuertes juntos, vivir juntos, establecer una unidad de vida, una "común-unidad''. Una vez que logramos aceptar este misterio podemos decir con Pedro: "Señor, ¿adónde iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna''. Sólo con la fe se descubre en la Eucaristía a un Dios presente que en Belén se hizo niño, que en la Cruz se hizo esclavo de amor, y en la Eucaristía se hace pan tierno para que el hombre pueda nutrirse y no abdicar de vivir con coraje, sin resignación.

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández