Un animador en Mendoza comentaba que San Juan fue hace unos quince años líder en intérpretes folklóricos en Cuyo y que lamentaba que actualmente hubiera tan pocos artistas sanjuaninos del género. Intrigado, le pregunté por qué dijo eso, y me respondió que es lo que mostraban los festivales sanjuaninos, siempre los mismos cuatro o cinco intérpretes. Esto no responde a la realidad. Hay una pléyade de no menos de cuarenta artistas de primera línea, pero poco escuchados. Uno de esos nos ocupa hoy.

Hace unos años invitamos a compartir un recital a varios intérpretes locales, entre los cuales alguien nos recomendó especialmente a uno. Un muchacho rubio, de pelo larguísimo y aspecto de buena gente, se paró con autoridad en el escenario y comenzó con ‘Un rincón de la boca”, bellísima tonada de su autoría dedicada a un bar de España casi Libertador; y luego desgranó varias canciones suyas sorprendentes, poemas memorables, melodías exquisitas que nos conmovieron, pero, sobre todo, nos aseguraron que San Juan seguía entregando grandes artistas.

De Daniel Giovenco hablo, un artista excepcional que actualiza la música de la región con verdaderas joyas. ‘Me tiene seco el destino/ curao’ me tiene por verte/ y un metejón clandestino/que me lleva hasta la muerte’. Así nos sorprende en su tonada ‘No me quieren ni en el bar”.

Daniel viene del rock, pero pareciera que en el folklore ha encontrado nueva novia o no puede escaparle a una bigamia en el arte, según la cual se encuentra cómodo y triunfal en ambas vertientes populares, aunque en la música nativa es donde hoy más incursiona.

En su canción homenaje a la partida del ‘Gordo” Páez Oro, nos dice magistral: ‘Pidió de mortaja un estuche de criolla guitarra endiablada/ y un salmo que nombre a San Pedro/ (mamado y cantando tonadas)/ Y pidió veinte días de sol/ pa’ poder despedirse sin frío en el alma/ y pidió veinte noches de ardor/ pa’ poder derretirse bajo tu ventana”.

Daniel Giovenco es un militante confeso y valiente de la poesía musical enderezada con dulzura y fervor hacia el universo muchas veces gris y olvidado de los más humildes, los segregados, los que carecen de cauces de expresión de sus penas y marginalidades. Y lo hace con el convencimiento de un Quijote. Un día lo llamo y me cuenta que está muy cansado pero feliz, porque recién llega de Jáchal donde fue a cantar a beneficio de niños con enfermedades terminales. Eso es lo que hace permanentemente. Lucha silenciosa por satisfacer su amor inconmensurable, una forma de dar abrazos de luz a los más necesitados, a los olvidados, a nuestros semejantes que no lo son tanto si reparamos en el modo como conviven en una sociedad desigual, muchas veces hostil y cruel. Te saludo y abrazo, amigo Daniel Giovenco, trovero de simples y humildes, bienhechor del sueño cuyano, soñador dignísimo, artista con mayúsculas, persona de bien.