La trascendencia que hoy adquiere la fiesta de Pascua para el mundo cristiano, que este año coincide con la Pascua hebrea, remite a la idea fundamental de que siempre es posible renacer de las cenizas, superar los obstáculos y reconquistar los maravillosos dones de la libertad y la vida. Mientras el pueblo hebreo conmemora el fin de su sometimiento bajo el dominio egipcio y el despertar hacia la libertad, los católicos evocan la pasión, muerte y resurrección de Cristo, celebrando la vida que destruye la muerte.
El llamado a valorar la libertad en su sentido integral, generar la reconciliación y fomentar el diálogo que surge del mensaje cristiano son grandes instrumentos de que disponemos los argentinos para convocar una vez más a la unión fraterna, reconociendo la primacía que tienen en cualquier sociedad humana los valores que crean puentes y derriban los vicios generadores de muros.
Con lamentable frecuencia, emergen en el horizonte de la vida nacional expresiones que revelan la subsistencia de odios y rechazos carentes de fundamento. El ejemplo más evidente de polémica estéril ha sido referido al Papa Francisco. En vez de alegrarnos y compartir, más allá de la profesión de cualquier credo, el gozo de que esta tierra haya dado un Pontífice a mil doscientos millones de católicos en el mundo, la polémica estéril y las acusaciones falsas han originado debates insensatos carentes de grandeza.
El encuentro engendra vida, mientras que los encontronazos abren heridas y a veces generan muerte. Nuestra Patria necesita saborear el asombro de la vida que sepulta a la muerte y de la luz que diluye las tinieblas. Muchas veces cedemos a la tentación de quedarnos paralizados y sin esperanza. La parálisis nos enferma el alma, nos arrebata la memoria y nos quita la alegría.
Son tres las mujeres que el día de la Pascua, se ponen en camino hacia el cementerio. A esas mujeres las movía el amor, pero las paralizaba la duda. También nosotros sentimos el impulso de caminar, y de hacer grandes obras como Nación. Pero la duda es piedra, los sellos de la corrupción son ataduras, y la tentación de quedarnos paralizados implica darle la espalda a la esperanza.
El país necesita del anuncio que levanta, de la esperanza que impulsa a caminar, de los gestos de bondad que embellecen la vida personal y la historia de la comunidad, porque lo peor que nos puede pasar es que optemos por la piedra y la oscuridad, unidas al desaliento.