La inherencia sindical al peronismo pareciera inobjetable, pero con la funcionalidad orgánica en el trípode de la estructura concebida por Perón, de lo contrario, más vale tenerle a la distancia porque la conducción es política, no gremial. Por ello, el fracaso de la Revolución Libertadora que sólo pudo contentarse con tenerla como enemiga. Otra muestra es el alfonsinismo del "83 y su pretensión de contar con un sindicalismo dócil para hacer factible un crítico programa económico. En la campaña de 1982 Alfonsín pregonó la democratización sindical y, como no le fue bien, lo dibujó de otro color alentando un nuevo "participacionismo de los trabajadores", cuyo fin era impedir el triunfo justicialista de 1987, para atemperar el camino hacia las elecciones de 1989.

Al alfonsinismo no le importó su origen constitucional, total, en esas alturas las "dirigencias" han aprendido a sacudirse. El mismo estilo relució en épocas del proceso con el sindicalismo apolítico. Con anterioridad, Onganía le llamó participacionismo. Más atrás en el tiempo, la dirigencia colaboracionista de la "libertadora" jugaba a los 32 gremios democráticos. El mismo ensayo de distintos gobiernos.

Menem, conocedor del "quién es quién" en el justicialismo, si a ese "quien" no podía comprarle, lo excluía. Así de simple. El absurdo pasaba por creer que los enemigos estaban en los trabajadores. En esa estrategia neoliberal se montaba Menem y apuntalaba a sus funcionarios en esa dirección, mientras, él lo negaba, sonreía y besaba. El engaño no iba a durar siempre. La CGT, fiel a su tradición, hacía público su apoyo al Gobierno popular elegido por amplia mayoría de los trabajadores y, como lo había hecho con los otros gobiernos peronistas, expresó su voluntad de participar en la elaboración del modelo nacional, expuesto en la campaña Menem-Duhalde. Mientras esto ocurría, la prensa norteamericana revelaba que funcionarios del PE, con la anuencia de Menem, hilvanaban un plan para derrocar a los dirigentes de la CGT, a pesar de negarlo Menem ante los medios periodísticos. Los aprietes continuaron y la dirigencia cegetista perdió su rumbo, su fuerza, y pasó a debatirse en una nebulosa por no oponer sus convicciones en el momento preciso.

Desde la muerte de Néstor Kirchner se habló de bisagra, de quiebre, de punto de inflexión, en la política argentina. Nadie ignora ya el frío saludo entre Moyano y Cristina ante el féretro con los restos de Néstor. El sindicalista apenas se despidió y la Presidenta no le miró en ningún momento. El problema venía desde antes, pero tomaba formas desde ese momento merced al olfato femenino y político de Cristina que no tuvo medias tintas y la distancia puesta por la Presidencia resintió la relación con la Central Obrera.

Generalmente, los dirigentes gremiales en esos niveles se fueron por la puerta de servicio. El acto en Huracán ya no suma ni quita al camionero en la curva descendente cuando se abre la puerta del fondo, y de esto, quien saca provecho es el posicionado titular de la Unión Obrera Metalúrgica, Antonio Caló, que desparramó elogios para el discurso presidencial transformándose en puente transmisor del mensaje cuando dijo que la Señora "habló con el corazón, esperemos que el pueblo haya entendido el mensaje de que todos participemos y trabajemos para los 40 millones de argentinos". Caló pasó por alto lo de las "huelgas extorsivas" y manifestó a viva voz "el agradecimiento al proyecto económico de Néstor Kirchner porque los gremios industriales han crecido".