En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.

Les dijo también: "¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”. Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado (Mc 4,26-34).

"Dios ha muerto, Marx ha muerto, y yo no me siento muy bien de salud”. Esta afirmación irónica y pesimista de Woody Allen podría fotografiar el estado de ánimo de gran parte de la humanidad de nuestra época, aparentemente siempre más satisfecha y siempre menos confiada respecto al futuro. En la edad de la globalización, las comunicaciones son rápidas e inmediatas. Cada noticia, más aún cuando se trata de episodios dramáticos, de hechos escandalosos, de informaciones transgresivas, ingresa en los hogares de improviso, navega libremente en internet, nos llega hasta el teléfono celular. Esta constante sucesión de comunicaciones produce un sentido de agobio, genera estados de ánimo de temor, suscita violencia. El riesgo es de vivir de modo pesimista, encerrarse en el propio interés, no nutriendo una esperanza "confiable” para el mundo, tal como advierte Benedicto XVI en la encíclica "Spe salvi”. ¿Qué hacer pues? La Palabra de Dios de hoy responde a nuestro interrogante, iluminándonos e indicando el camino que debemos recorrer, a través de la parábola de la semilla y del grano de mostaza. Son las dos últimas que encontramos en el discurso de las parábolas en las que, a través de imágenes agrícolas, Jesús presenta el misterio de la Palabra y del Reino, e indica las razones de nuestra esperanza y del compromiso personal. La carta a los Hebreos recomienda: "No pierdan la confianza, a la que está reservada una gran recompensa” (Heb 10,35). Los actores del relato son tres: el sembrador, la semilla y la tierra. El hombre aparece en el primer momento (la siembra) y en el tercero (la cosecha), pero desaparece en el segundo (el crecimiento). En la primera parábola la atención se concentra en el dinamismo de la semilla: esa que viene arrojada en la tierra. Duerma o esté despierto el campesino, aquella germina y crece sola (en griego "autonomaté”: automáticamente). El hombre siembra, ve y observa. Estamos ante el misterio de la creación y la acción de Dios en la historia. El campesino es sólo un colaborador humilde, que contempla y se alegra de la acción creadora de Dios. La cosecha se refiere al juicio y a la intervención conclusiva de Dios al final de los tiempos. El tiempo presente es el de la siembra del hombre. El resultado final depende de Dios.

La segunda parábola emplea la imagen de una semilla concreta: la mostaza, considerada por la opinión popular rabínica la más pequeña de las semillas: 1,6 milímetros. Aunque es diminuta, encierra una potencia de vida y un dinamismo inimaginable. El Reino de Dios, una realidad humanamente pequeña y escondida, tiene en su interior personas simples, los pobres, los enfermos, gente que no viene considerada importante a los ojos del mundo. A través de ellos irrumpe la fuerza de Cristo y transforma aquello que cuenta poco y que es aparentemente insignificante. La Iglesia debe comprender la verdad encerrada en esta parábola. No es el poder ni el aparecer lo que la hace grande. Tampoco querer ejercer un predominio humillante. Benedicto XVI nos enseña a través de su mansedumbre, humildad y paciencia, con la fuerza de la propuesta, el carisma del auténtico pastor que enseña con su vida, la naturaleza de la Iglesia. Es el milagro del amor el que hace germinar y crecer toda semilla de bien esparcido en la tierra. La experiencia de ese milagro nos aleja del pesimismo, no obstante las dificultades, los sufrimientos y el mal que encontramos. Por desgracia, la paciencia no vende bien, entonces no se la presenta como una virtud. La gente quiere resultados rápidos en nuestro mundo actual de gratificación instantánea. Lo rápido se vende bien. Lo lento y constante no. La gente quiere resultados ayer, no mañana. Las dos parábolas de este domingo nos dejan una enseñanza valiosa: la siembra paciente comienza siempre con la suerte del principiante y termina con los resultados del conquistador.