Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre» El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud» Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme» El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes (Mc  10,17-30).

 

Esta es una página del evangelio que se encuentra entre las más sugestivas, y nos ofrece una amplia materia de meditación.  Se trata del encuentro, cuidadosamente descripto, entre Jesús y un “buscador” de Dios.  Un encuentro que al inicio parece muy prometedor, pero que luego se disuelve en una vocación frustrada.  Hay aquí una fuerte y comprometedora reflexión de Jesús sobre la riqueza y su influjo negativo en la aventura espiritual del hombre. No sabemos nada del protagonista de este episodio.  A diferencia de Mateo, que dice que era un “joven” (Mt 19,20), y de Lucas que lo califica como una “importante” persona (Lc 18,18), Marcos lo señala como un “hombre” sin nombre ni edad, de modo tal que cada uno de nosotros pueda identificarse con él.  Impresiona su entusiasmo y resolución.  “Corrió hacia Jesús”, como si tuviera algo importante que resolver, sin admitir dilación.  Parece decidido a resolver una cuestión existencial.  Es admirable su fe. Se “arrodilla” delante de él. Es una de las dos únicas veces que Marcos señala que alguien se postra ante Jesús. El otro había sido un leproso. Gesto pues totalmente inusual. Pero es de alabar que este hombre pregunte respecto a qué debe hacer para heredar la vida eterna.  Quien no se formula este interrogante está destinado a vivir sin sentido y sin un fin que de significado a su vida. Quien no se hace esa pregunta corre el riesgo de agitarse a diario, y por tanto, encontrarse vacío de sustancia y lleno de desolación.  Se podrán vivir horas de excitantes sensaciones y placeres, pero privados de alegría plena y esperanza auténticamente sólida. Apurado por existir se corre el riesgo de olvidarse de vivir. Es obvio que Jesús lo mire con desconfianza. Sobre todo cuando le endilga el título de “Maestro bueno ". Era inusual interpelar a un rabino con aquel atributo.  Tanto es así que Jesús lo rechaza, precisando que el único “bueno” es Dios.  De ahí que la respuesta de Jesús sea bastante cortante: “¿Porqué me llamas bueno? Tú conoces los mandamientos”. Y enumera algunos de ellos.  Ninguno referido a Dios, sino todos en relación con el prójimo. Curiosamente, a la lista de preceptos, Marcos añade, sobre la que traen Mateo y Lucas, lo de “no perjudicarás a nadie”, o “no defraudarás” (en griego: “mè aposterèsèis”). No engañes y no vivas de ficción. El hombre es alabado porque a todos esos mandamientos, los ha cumplido desde joven. 

El clima se distiende; y, al final, el rico parece ganarse el corazón del Señor. Dice el  evangelio que: "Jesús lo miró con amor". El verbo griego empleado aquí para indicar la mirada divina es “èmblépo”: “mirar el interior hasta llegar al corazón”.  Luego le hace una propuesta más exigente. Jesús no dice, como a veces los traductores señalan: “sólo te falta una cosa”.  Le advierte: “te falta uno”, que en la cultura de la época significaba “te falta todo; no tienes nada”. ¿Por qué no tiene nada? Porque el individuo era rico, y Jesús le había dicho: “lo que tienes, dalo a los pobres y luego tendrás un tesoro en el cielo”. Es decir, Dios será tu seguridad sólo si vives la generosidad.  Se acercó a Jesús para “tener más” y ahora él lo invita a “dar más”.  Cuando tomamos conciencia de la mirada de Jesús, descubrimos nuestro vacío.  Un vacío que debe ser “vaciado” para acoger el todo.  Su mirada me hace caer en la cuenta de lo que me falta, revelándome lo que no soy.  Me falta la “pérdida”. Luego le dijo “ven y sígueme”.  Pero estas palabras le oscurecieron el rostro, le dio la espalda a Jesús, y se marchó entristecido, “porque poseía muchos bienes”.  Al principio corrió hacia el Maestro como un hombre libre, pero al final se revela como un “poseído”.  Creía poseer bienes, pero resultó que esos bienes lo poseían a él. No era como san Francisco de Asís que decía: “Tengo muy pocos bienes, y los pocos bienes que tengo, los necesito muy poco”.  En la lápida del hombre del evangelio de hoy se podría haber puesto esta inscripción: “Aquí yace uno que pudo ser y no fue”.  Pudo ser un apóstol libre y prefirió ser un “poseído” esclavo, un pobre rico.