Pocas veces el hombre ha coincidido tanto en la elección de un símbolo que lo identifique con la gratitud, el amor y la justicia. Nunca hubo un congreso para elegirlo; jamás se hizo un concurso, y sin embargo, como emanado de un mismo corazón, surgió puro y sin punto de partida el verdadero y más auténtico sentimiento que une a los individuos de todas las razas. Trascendentes a los credos y pasiones más intransigentes, a las buenas ideas y conceptos, yergue la figura de la madre. Tampoco se conoce la fecha en que ese sentimiento se exteriorizó en el mundo. Pero su poderosa influencia en el destino de la humanidad nació justamente con el soplo Divino que animó a la primera figura humana. La primera canción de cuna se ha perdido en la noche de la historia, aunque nos ha llegado transmitida por el cable de las generaciones hasta nuestros días cuando se celebra el día de la madre. Lo que sí podemos decir es que esta melodía es la misma que hoy mece las cunas de todas las razas. El "duérmete mi niño” se pronuncia y alcanza las proporciones del único himno universalmente aceptado como pertenecientes a todos por igual, sin distinciones. La universalidad de la madre puede compararse a la de la luz. Esa universalidad, ese misterioso imperio que ejerce con carácter general es el sentido de símbolo que adquiere por sobre todos los otros que se levantan en la vida, porque ella es la vida misma. Fue en 1941 cuando se resolvió fijar oficialmente un día del año para rendir un homenaje de gratitud a la que se ha llegado a definir como un milagro del cielo en forma de mujer. El mes de octubre lo celebramos, y parece detenerse dentro de los corazones, los relojes suspendidos en el tiempo y en el espacio, para dar la única hora en que todos estamos de acuerdo con un alto motivo que convoca a la hermandad, al amor y a la ternura de sentirse hijos unidos por el sutil encanto de su nombre.
Cuando somos hombres comprendemos lo triste de serlo sin su madre al lado; y comenzamos a sentir la nostalgia de los niños, de niños con canas, con arrugas, pero con ella al lado para que nos riña y nos bese. Porque en la esperanza que nos brindan o nos brindaron, hallamos la justificación más plena al esfuerzo cotidiano para ser cada día mejores y enaltecer nuestras propias vidas. Mamá, brújula, cuentos al borde de la cuna, guardapolvo blanco, primer diccionario, primera maestra…para muchos el adiós sin habernos dejado, el permanente reconocimiento, el eterno recuerdo, la bendición de Dios.
(*) Escritor.