Benedicto XVI inicia hoy un viaje a Tierra Santa, que se extenderá hasta el próximo viernes 15 de mayo. El domingo pasado, en una plaza San Pedro llena de fieles, el pontífice expresaba en pocas palabras el objetivo de su viaje: "Con mi visita me propongo confirmar y alentar a los cristianos de Tierra Santa, que deben afrontar diariamente no pocas dificultades. Además, me haré peregrino de paz, en el nombre del único Dios que es Padre de todos. Daré testimonio del compromiso de la Iglesia Católica a favor de cuantos se esfuerzan por practicar el diálogo y la reconciliación, para llegar a una paz estable y duradera en la justicia y en el respeto recíproco". De estas palabras, ratificadas en la audiencia general del miércoles pasado, se concluye que para promover la paz y el diálogo en Tierra Santa, entre los pueblos y las religiones, el Papa se confía ante todo a los cristianos que viven allí. Se trata de una apuesta audaz, ya que de hecho, no sólo en esa región los cristianos son reducidos a una exigua minoría: menos del 2 por ciento. También se debe tener en cuenta que los cristianos del lugar han sido más escépticos en reaccionar al anuncio del viaje del Papa. Muchos de ellos, también sacerdotes y obispos, se expresaron en contra respecto a lo oportuno de su visita. Se ha debido trabajar mucho por limar las asperezas de este frente de rechazo.

El patriarca latino de Jerusalén, Fouad Twal, las ha confirmado en una entrevista reciente: las razones de los opositores han sido expuestas también a Benedicto XVI en persona. El temor principal de los opositores era que el viaje del Papa, resultase una ventaja política para Israel. Por parte suya, la diplomacia vaticana ha hecho de todo para tranquilizar a los opositores. Esto explica, por ejemplo, la benevolencia mostrada por el Vaticano en relación al archienemigo de Israel, que es Irán, durante y después de la controversial conferencia de Ginebra sobre el racismo. Se trata de un gesto de bondad que ha sido considerado por muchos observadores como una exageración. Esto explica, quizá, también el silencio de las autoridades vaticanas y del mismo Papa sobre el ahorcamiento en Teherán para la joven iraní de 22 años, Delara Delabi, tras haber confesado el asesinato de un hombre, cuando ella era menor de edad. En casos de ese tipo, de resonancia mundial, casi siempre la Santa Sede alza la voz en defensa de las víctimas, pero esta vez ha decidido callar. Se debe decir que Irán, a su vez, trata a la Santa Sede con inusual benevolencia. Recibiendo, el año pasado en abril, al nuncio apostólico en Teherán, el presidente Ahmadinejad definió al Vaticano como una fuerza positiva para la justicia y la paz en el mundo. Y poco después envió a Roma una delegación de alto nivel comandada por Mahdi Mostafavi, descendiente directo del profeta Mahoma: un hombre de su confianza y consejero espiritual, con el cual se reúne dos veces a la semana. En Irán vive una pequeñísima comunidad católica, sometida a un asfixiante control. También esto explica el "realismo" que muestra la diplomacia vaticana, en este y en otros países musulmanes. Para salvar lo insalvable, la reserva es considerada más eficaz que la abierta denuncia.

A una parte consistente de los cristianos árabes que viven en Tierra Santa las posiciones anti-judías del presidente iraní les suenan familiares. También para ellos, la existencia misma del Estado de Israel es la causa de todos los males. Pensamientos similares se dan no sólo entre los cristianos árabes, sino también entre algunos exponentes de relieve de la Iglesia Católica que viven fuera de Tierra Santa y en Roma. Uno de éstos, por ejemplo, es el jesuita Samir Khalil Samir, egipcio de nacimiento, uno de los mayores expertos en las relaciones entre el cristianismo y el Islam, profesor en el Pontificio Instituto Oriental de Roma y uno de los más escuchados en el Vaticano, quien en un "decálogo" de su autoría, presentado hace dos años a favor de la paz en Medio Oriente ha escrito lo siguiente: "La raíz del problema israelí-palestino no es religiosa ni étnica, sino puramente política. El problema surge cuando se crea el Estado de Israel y se divide Palestina en 1948, tras una decisión adoptada por las grandes potencias sin tener en cuenta a las poblaciones presentes en Tierra Santa. Esta es la causa real de todas las guerras que han tenido lugar". De todos modos, la existencia del Estado de Israel es un dato de hecho que no puede ser ignorado, pero la posición oficial de la Santa Sede es, desde hace tiempo, favorable a que haya dos Estados, el israelita y el palestino. La verdad es que en el conflicto palestino-israelí, los cristianos no cuentan más nada, políticamente. Y por demás son los más fríos en acoger la visita del Papa, no obstante los haya puesto en primer lugar entre los objetivos de su viaje. Benedicto XVI tendrá una difícil tarea en Tierra Santa. Por más que los israelíes lo hayan invitado, y que la monarquía de Jordania le haya abierto las puertas de par en par, deberá ante todo conquistar a los cristianos del lugar.