El capitalismo requiere de un crecimiento constante de la producción y del consumo para sostenerse. Y, esta simple idea, requiere de un sistema de programas caros en lo que concierne a lo tecnológico, el cambio climático, escasez de recursos naturales, la deuda externa de países periféricos cada vez más sometidos a las reglas del mercado, terribles diferencias entre nuevos ricos más ricos, y pobres cada mas pobres, comunidades originarias olvidadas. Es decir, todo ello sólo convierte a la gente en mercancía, y a las relaciones humanas, en un simple flujo de dinero. 

¿A qué o a quiénes les conviene que todo esté atado al dios dinero? Si uno observa los grandes campos, viñedos, chacras, caña de azúcar, trigo, carne, petróleo, florecen como ricos recursos naturales de nuestro país, aunque en ocasiones, empobrecidos. Y, en ello se obtiene una postal de antaño, cuando la agricultura era pensada para la subsistencia simple cotidiana, obtenida con mayor esfuerzo, y en menor costo. Ahora, la técnica ha reemplazado toda simpleza en complejidad, para especular en mayor cantidad de ofertas, para la exportación ¿Pero qué pasa en un mercado que tendía a la globalización con la apertura de fronteras, y ahora fija límites territoriales, evitando migraciones? 

En las crisis, aunque se vea morir la última gota de esperanza, hay que seguir adelante.

Oportunamente, no nos conformamos con andar en auto, sino en volar en un avión, nos cuesta tomar un vino modesto, porque aspiramos a un champagne del fino francés Veuve Clicquout La grande Dame. Es decir, progresar no está mal, pero antiguamente el andar a menor velocidad hacia disfrutar de lo que se veía y observaba detenidamente, ahora con el volar no solo que perdemos capacidad de registro, sino que ni siquiera sentimos a aquel que no logra lo necesario para la subsistencia. El pobre molesta, aún interpela, y porque está ahí e ignoramos como incluirlo en el capitalismo competitivo, resulta más fácil atacarlo, diciéndole que no piensa bien, es ignorante, y que sólo él es el culpable de su pobreza. Es decir, en estos tiempos las nuevas costumbres, las ideas, el lenguaje, marketing, consumo, tecnología, nos ofrecen la seguridad que antiguamente la religión nos ofrecía: La cuestión de fondo. ¿Pero no es acaso mucho más hegemónico los emblemas culturales de nuestro tiempo dictaminados por algunos? 

Oportunamente, la pregunta para los países mas desarrollados del universo ya no debería ser la de cuanto nos deben, sino la de ¿cómo este mundo en un nuevo régimen debería ser cambiado? Muy pocos de afuera comprenden la historia Argentina, donde la política en algunos momentos supo llegar, en otros no tanto, con sus errores y sus aciertos. No obstante, cuando fue eficiente, no lo fue tanto con los puentes del mundo globalizado reinventado, del volar de los Boeing Jumbo, las máquinas del mundo globalizado, sino con un pedazo de carne roja con pan, en llenar a aquél que todavía vive de a pie.

No obstante, muchos países neoliberales olvidan que también pueden caer, sólo teniendo fe en dos cosas: Una, la capacidad del libre mercado para reinventarse en solucionar a futuro las enormes diferencias que causan deliberadamente, con la confianza en las tecnologías para remediar los problemas de recursos del presente. Otra, en controlar los puestos laborales. Y, teniendo todos los elementos tangibles temen, porque lo intangible, la esencia del actuar, lo que no se puede comprar, escasea en los más fuertes. 

Al respecto, en mi opinión, nada serviría tanto como la justicia social, confianza, para una política, que ponga a los intereses humanos en el centro. 

 

Por Diego Romero 
Periodista, filósofo y escritor.