Comienza hoy un nuevo año litúrgico que se inicia con el tiempo de Adviento: preparación para la Navidad. En la primera carta a los Tesalonicenses, el apóstol San Pablo nos invita a preparar la "venida de nuestro Señor Jesucristo" (1 Ts 5, 23) conservándonos sin mancha, con la gracia de Dios. San Pablo usa precisamente la palabra "venida", que en griego es "parousia" y en latín "adventus", de donde procede el término Adviento. Reflexionemos brevemente sobre el significado de esta palabra, que se puede traducir por "presencia", "llegada", "venida". En el lenguaje del mundo antiguo era un término técnico utilizado para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía indicar también la venida de la divinidad, que sale de su escondimiento para manifestarse con fuerza, o que se celebra presente en el culto. Los cristianos adoptaron la palabra "Adviento" para expresar su relación con Jesucristo: él es el Rey, que ha entrado en esta pobre "provincia" denominada "tierra" para visitar a todos; invita a participar en la fiesta de su Adviento a todos los que creen en él, a quienes creen en su presencia en la asamblea litúrgica. Con la palabra "adventus" se quería decir substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo.

Por lo tanto, el significado de la expresión "Adviento" comprende también el de "visitatio", que simplemente quiere decir "visita"; en este caso se trata de una visita de Dios: él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí. Es importante destacar que el evangelista Lucas emplea el verbo griego "episképtomai" (visitar) que significa "ver", "abrazar con la mirada". En la vida cotidiana todos experimentamos que tenemos poco tiempo para el Señor y también poco tiempo para nosotros. Acabamos dejándonos absorber por el "hacer'". ¿No es verdad que con frecuencia es precisamente la actividad lo que nos domina, la sociedad con sus múltiples intereses lo que monopoliza nuestra atención? ¿No es verdad que se dedica mucho tiempo al ocio y a todo tipo de diversiones? A veces las cosas nos "arrollan". El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos comenzando, nos invita a detenernos, en silencio, para captar una presencia divina, con una "mirada que nos abraza". Es una invitación a comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención por cada uno de nosotros. Otro elemento fundamental del Adviento es la espera, que es al mismo tiempo "esperanza". El Adviento nos impulsa a entender el sentido del tiempo y de la historia como "kairós": ocasión propicia para nuestra salvación. En la vida, el hombre está constantemente a la espera: cuando es niño quiere crecer; cuando es adulto busca la realización y el éxito; cuando es de edad avanzada aspira al merecido descanso. Pero llega el momento en que descubre que ha esperado demasiado poco si, fuera de la profesión o de la posición social, no le queda nada más que esperar. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente a lo largo de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el reino de Dios, reino de justicia y de paz.

Existen maneras muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno de un presente cargado de sentido, la espera puede resultar insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada, es decir, si el presente está vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grande, porque el futuro es del todo incierto. En cambio, cuando el tiempo está cargado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y positivo, entonces la alegría de la espera hace más valioso el presente. Adviento significa que no se debe olvidar lo principal. Cuenta una leyenda que una mujer pobre y con un niño en brazos, pasando delante de una caverna, escuchó una voz misteriosa del interior que le decía. "Entra y toma todo lo que desees, pero no te olvides de lo principal. Recuerda algo: después que salgas, la puerta se cerrará para siempre. Por tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo principal". La mujer entró en la caverna y encontró muchas riquezas. Fascinada por el oro y por las joyas, puso al niño en el suelo y empezó a reunir, ansiosamente, todo lo que podía en su delantal. La voz misteriosa habló nuevamente: "Tienes sólo ocho minutos". Agotados los ocho minutos la mujer, cargada de oro y piedras preciosas, corrió hacia fuera de la caverna y la puerta se cerró. Recordó entonces que el niño quedó adentro y la puerta estaba cerrada para siempre. La riqueza duró poco y la desesperación ¡Para el resto de su vida! En esta Navidad que se acerca no dejemos al Niño dentro y nosotros afuera, perdidos y desorientados.