Fue como que el correo electrónico se hubiera estremecido por la noticia que recogía. Me escribía alguien a quien, sin saberlo, había abrazado en circunstancias muy especiales. Decía este hombre, desde un alejado rincón de la Patria: "...a los 10 años empecé a tocar la guitarra por medio de un vecino que de vez en cuando me la prestaba, hasta que mi padre me compró una, de marca Bolicherita, en Casa Tormo Hnos. ('La casa de las gauchaditas'), ¿se acuerda?.

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Bueno, este vecino me enseñó a tocar una zamba que empezaba así: 'No me recuerdes la noche que vimos partir...'. Esa zamba, 'Recordemos', me hizo famoso dentro de mis amigos, cuando me fui a la Marina, en el año 1974.


Con el transcurso del tiempo, me sorprendió la Guerra de Malvinas, inicialmente en el Portaaviones 25 de Mayo. Cuando la cosa se ponía fulera, casi todo el mundo apelaba al Padre Nuestro, y yo, o cantaba o tarareaba su zamba. Después el destino quiso que pisara suelo malvinero, y en los bombardeos británicos, quiero que sepa que la letra de su zamba, cantada a capela, se mezclaba con el estallido de las bombas inglesas".

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Compuse esa obra cuando tenía 18 años. Y este hombre se había refugiado en ella, tras el ronquido de las metrallas y el frío del Sur, también a sus escasos 18, cuando un grupo de casi niños eran llevados a pelear absurdos y angustias a unas islas que nos habían robado hace mucho.

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Cuando esto escribo, vuelvo a estremecerme. Ese hombre ya no vive en San Juan; me escribe desde lejanas tierras, porque tuvo la necesidad de contarme que una flor cortada al alma, una entrega desde lo más profundo, una vieja zamba (una de mis primeras obras, sueño juvenil que luego recorriera el mundo) nos juntaba en un intemporal fogón de sentimientos que tanta falta le hizo a este hombre y a sus compañeros durante la guerra, pero que, a los años, recuperaba desde sus dolores y utopías casi infantiles.


El país rescata para los tiempos, seguramente hacia una imprecisable eternidad, la epopeya de muchachitos arrancados de sus hogares para abordar de prepo una locura. Abonan tierra pantanosa sus insomnios triunfales, porque muchos han quedado de símbolos en tierras irredentas y flotan sus espíritus en el aire helado de un territorio arrancado a jirones y desvelos. Gente que habla otro idioma y se refugia en otras quimeras, no podrá entender el mensaje de una zamba que habla de amor y que es cantada como una oración desgarradora, para soportar el hielo, para despejar el miedo, para que esa conjunción de poema y sonidos plante una bandera de sol en los pozos abandonados y las cruces dolientes y sobrevuele el áspero silencio que ha dejado una historia de apresuradas muertes.

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"...una vieja zamba... nos juntaba en un intemporal fogón de sentimientos que tanta falta le hizo a este hombre...".