Con motivo del Día de la Bandera, recuerdo del paso a la inmortalidad de Manuel Belgrano, muchos de nosotros, probablemente todos, hemos recibido distintos mensajes con sentido patriótico. Unos, comparando con un idealismo exagerado a aquellos políticos con los actuales, otros, recordando el que debería ser nuestro norte reclamando "una patria libre". En el primero de los casos se da aquello de que todo tiempo pasado fue mejor, idea magistralmente descripta por el Martín Fierro cuando José Hernández en uno de sus versos dice sabiamente: "y aquellos que en esta historia sospechen que les doy palo, sepan que olvidar lo malo también es tener memoria". Nuestros próceres también tuvieron sus cosas aunque es cierto que Belgrano fue uno de los más puros, hablando siempre de la pureza que es posible en los seres humanos llenos de imperfecciones. Ernesto Sábato también se metió en el tema en "El túnel" cuando al describir a uno de los personajes principales de la historia dice que recuerda sólo lo bueno del pasado como una forma de defensa psicológica. En el segundo caso, la existencia de personas que todavía reclaman una "patria libre", no reconoce los cambios producidos en el mundo y siguen viviendo la geopolítica de la Guerra Fría. En aquellos años se imaginaba al planeta dividido en dos focos de imperialismo. Realmente había dos proyectos de manejo de la economía que, para realizarse, debían necesariamente ser internacionales.

Así fue que el comunismo fue consiguiendo armar en distintos continentes grupos regulares o irregulares que intentaban hacerse del poder regional para tributar a esa idea platónica de la igualdad de clases reduciendo todas a una sola llamada "el proletariado". Del otro lado, el sistema capitalista entendía que lo mejor era hacer prevalecer la libertad de decisión de cada individuo, su capacidad puesta al servicio de sus propios intereses y la existencia de distintas clases sociales separadas según sus resultados económicos. También interpretaba que los países no deberían tener una economía planificada por el Estado y que el comercio internacional debería ir incrementando su proporción respecto de los mercados internos, el libre comercio versus el monopolio, la diversidad versus la uniformidad. Una vez que cayó el muro de Berlín, expresión física de esta lucha, empezó una etapa en que descubrimos que la pelea previa era sólo interna a occidente y apareció en escena el mundo multipolar con nuevos protagonistas que traían nuevos planteos y nuevos problemas: su oposición a la estandarización de la cultura (igualdad de la mujer, formas de vestimenta, tipos de música y de organización social) y, principalmente, diversas pertenencias religiosas que traen consigo diversos modos de ver el presente y futuro del mundo. Es en lo que estamos ahora, la China comunista tendiendo a ser la principal inversora en países capitalistas democráticos es la mejor muestra de una era distinta, totalmente distinta. Ya no va más aquella suposición de que un país o grupo de ellos pretendería sujetar a terceros, invadirlos o subordinarlos sino, casi, todo lo contrario. Ya en la década de los "90 Samuel Huntington publicó su tesis sobre conflicto de civilizaciones, un escenario en el cual reaccionamos ya no sólo por diferencias económicas sino profundamente culturales en las que nos atacamos y defendemos según la familia a la que pertenezcamos: católicos, cristianos, ateos, musulmanes, judíos, budistas, etc. Los "imperialismos" que nos sirvieron en el pasado como forma de interpretar la realidad es verdad que en alguna medida existieron, pero fueron derrotados por los teclados de las computadoras, una manera impensada de democratizar el planeta. También sería ingenuo no reconocer que los sistemas informáticos nos quitan grados de intimidad. Pero no es el tipo o grado de dependencia que imaginaron los seguidores de líderes como Perón y otros en Latinoamérica que dio origen a frases como "unidos o dominados", "liberación o dependencia" o "tercera posición".

Pasado el tiempo de la Guerra Fría estos motes han servido más bien para que nuestros países los usen cómodamente para poner el origen de los problemas afuera, en una especie de cenáculo que nadie sabe bien dónde está pero que estaría todos los días pensando cómo perjudicarnos. Esa posición evita la autocrítica y el reconocimiento de que tenemos conductas que corregir, inteligencia que aplicar y dedicación que poner a nuestros objetivos. Cada vez que salimos en busca de esas conspiraciones internacionales, nunca encontramos a sus autores y, en todo caso, hoy vemos que, salvo el poder militar que ha quedado en manos de una única superpotencia, el poder que más influye en nuestras vidas es el que está en manos de un grupo de jóvenes que fundaron desde el garaje de sus casas paternas las empresas más importantes del mundo. La referencia a la necesidad de tener una patria libre en el viejo sentido, acuña el peligro de la xenofobia, el racismo y el aislamiento internacional, es la vuelta al tribalismo que hoy asuela al mundo ante el temor de cada pueblo de enfrentar las diferencias con los hermanos en una época en que las distancias se han acortado y vemos al otro más de cerca. Si es por las distancias, se acortarán cada vez más. Usando la metáfora de nuestro amigo Iván Grgic, estará en nosotros la decisión de achicar brechas o, dicho de otra forma, tender puentes. Las antiguas fronteras físicas, que todavía persisten en las aduanas, son parte de una organización que irá desapareciendo, aunque transitoriamente veamos los movimientos de resistencia del viejo reptil de los "nazionalismos".