En el siglo XVII, Galileo Galilei tuvo referencias de que en Holanda se fabricaban instrumentos para mirar el cielo. Decidió diseñar los suyos consiguiendo aumentos de hasta 20 veces el tamaño de los objetos. Un matemático de su entorno lo llamó Telescopio. Tras incontables observaciones en las que participaban los sorprendidos habitantes de pueblos italianos donde Galileo trabajaba, prestó atención a las manchas solares y dedujo la rotación de la Tierra. De ese y otros descubrimientos relacionados con el giro de los planetas alrededor del Sol, tuvo que abjurar para salvar su vida de la Inquisición. Sin embargo, sus inquietudes cósmicas abrieron el camino de los estudios astronómicos. Pasaron años hasta que Newton descompuso la luz solar en los colores del arco iris (espectro del rojo al violeta), usando un prisma de vidrio. La baja calidad del vidrio le impidió advertir unas líneas oscuras que años después un fabricante de vidrios alemán, Joseph von Fraunhoffer, estudió y clasificó, usando prismas y lentes de mejor calidad. A las 600 que detectó, les midió sus longitudes de onda y a las más anchas, las denominó con letras de la A a la K, pero no pudo explicar su origen. Murió con apenas 39 años, dejando también inventos que aportaron al seguimiento de estrellas, al descubrimiento de estrellas dobles y de Saturno. Ahora se sabe que las líneas que llevan su nombre son como 25.000 y pueden informar sobre galaxias lejanas y hasta sobre el nacimiento y evolución del Universo.

Recién a mediados del siglo XIX, se demostró que cada una de esas líneas oscuras estaba asociada a un elemento químico. Para entonces, la espectroscopia se había ampliado al estudio de espectros de absorción o emisión, obtenidos por interacción de radiaciones con la materia. Gracias a los espectroscopios, el químico Bunsen, creador del mechero de llama usado hasta hoy en los laboratorios, y el físico Kirchoff se asociaron para medir espectros de gases desprendidos de distintas sustancias calentadas hasta incandescencia con la llama del mechero. Los espectros de emisión obtenidos, mostraban líneas brillantes situadas en la misma posición que las oscuras de Fraunhoffer y dedujeron que los gases estudiados debían estar en la composición química de las capas superiores de la atmósfera del Sol y que sus átomos, al absorber ciertas longitudes de onda de la luz, dejaban huecos que originaban las líneas oscuras del espectro de absorción solar. Así se fue determinando que la banda oscura D de Fraunhoffer indicaba Sodio, la C y F hidrógeno, la E hierro etc. y se descubrió que dos de ellas, las A y B, no se originan en la atmósfera solar. Resultan de la absorción de luz, por el Oxígeno molecular de la atmósfera terrestre.

Durante un eclipse de Sol, aparecieron líneas oscuras, no identificadas con ningún elemento conocido en la Tierra. Se le llamó Helio, que en griego significa sol y unos 25 años después se descubrió en la Tierra, por lo que se constituyó en el elemento químico que gracias a la espectroscopia, se descubrió primero en el Sol que en la Tierra. Este método de estudio ha revelado que todo el Cosmos visible está hecho de los mismos elementos químicos.

Los espectros luminosos de las estrellas y de los millones de estrellas que conforman galaxias, indican composición química y también dicen si ellas y la Tierra, se alejan o se acercan, entre sí y la velocidad relativa a la que lo hacen. Los avances astrofísicos se han logrado descifrando la forma en que llegan a la Tierra las ondas electromagnéticas que todos los astros y materia interestelar emiten, ya sea como luz visible, microondas, rayos X, infrarrojos, ultravioletas etc.

El efecto Doppler de las ondas sonoras, que nos hace oír el sonido que emite un objeto que se acerca, más agudo porque su longitud de onda disminuye y más grave cuando se aleja, pues su longitud de onda se alarga, se aplica a todas las ondas del espectro electromagnético, visibles y no visibles. No lo podemos percibir pero se lo evidencia con los espectroscopios. Los astros luminosos lejanos, "desvían al rojo” las líneas espectrales y los más cercanos las "desvían al violeta o azul”, pues el rojo tiene longitudes de onda más amplias que el azul. En 1920, Edwin Hubble descubrió el desplazamiento al rojo, de las líneas espectrales de galaxias que están más allá de la Vía Láctea. Y como el corrimiento se incrementa en el tiempo, dedujo que esas galaxias se alejaban cada vez más, corroborando trabajos que afirmaban que el Universo se expandía. Desde una mirada relativista, el que se expande es el espacio, de allí que se le llame corrimiento al rojo cosmológico. O sea, desde que la luz deja la galaxia y llega a nosotros, la expansión del espacio, la corre hacia el rojo. Ayudados por telescopios automatizados y mejoras en espectroscopios y espectrofotometros, los científicos mapean el corrimiento al rojo del espacio y han descubierto que la expansión se acelera. Verdades que hoy la ciencia devela, sin abjuraciones ni mordazas.

(*) Licenciada en Bioquímica.