Al atardecer de ese mismo día, Jesús dijo a sus discípulos: "Crucemos a la otra orilla". Ellos dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio!¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?". Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Mc 4,35-41).

No se prevé ningún peligro en la travesía, al punto tal que Jesús invita a sus discípulos diciéndoles: "Pasemos a la otra orilla". Por eso es que ellos parten sin objetar nada. Pero de pronto, "se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ésta se iba llenando de agua". Los discípulos eran pescadores de profesión. Habían nacido sobre la barca y conocían ese mar de Galilea como la palma de la mano. Pero ante una tormenta de tal magnitud comprendieron que toda su experiencia y sus conocimientos de la navegación eran insuficientes, y comenzaron a temer por su vida. "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?", dicen los discípulos. La respuesta de Jesús es con una pregunta: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo es que no tienen fe?".

¿En qué consistía la falta de fe de los apóstoles? No tanto en el hecho que no hayan creído en el poder de Jesús, sino en que han dudado de su amor. Sabemos lo que significa cuando alguien dice: "No te interesas por mi", y qué pena profunda se causa al gritarle en la cara al otro: "No me importa nada de vos". Es crear una distancia y establecer un abismo entre uno y otro: es el abismo de la indiferencia. El filósofo alemán Martín Heidegger ha analizado la idea de "cuidar" o "hacerse cargo de alguien", viendo aquí el ideal más noble y desinteresado al que una persona pueda aspirar. Según él, la existencia es "estar en el mundo", pero ésta encuentra su fundamento ontológico en el "cuidado" hacia los demás. La estatura moral de un ser humano se mide por la capacidad que tiene para estar cerca del que sufre o acompañando sin reloj y con misericordia a quien vive situaciones de cruz. Admiramos a las personas que olvidándose de sí mismas no cierran los ojos ante las heridas del prójimo o no temen defender públicamente a otro cuando es mancillado en su dignidad. Es lo que llamamos heroísmo en el lenguaje vulgar o santidad según la concepción evangélica.

El evangelio lo describe a Jesús en la actitud más alejada posible del temor: "Jesús estaba en la popa durmiendo sobre el cabezal". Para dormir es necesario gozar de absoluta tranquilidad. A nosotros nos extraña que alguien pueda descansar apaciblemente en esa situación. En su intención de responder a la pregunta. ¿Quién es Jesús de Nazaret?, aquí Marcos, sin decirlo explícitamente, nos revela un rasgo esencial: el Maestro no conoce el miedo, porque es siempre dueño de la situación y nadie le puede hacer perder la paz. Es que la paz, como la felicidad, no se encuentra en la situación sino en la disposición. Depende cómo se asumen los problemas para poder superar las dificultades. En la vida nos encontraremos con personas que piensan que con las maldades que hacen nos producirán daño. Pero ese efecto intentado depende de nosotros y no de los otros para que sea realizado. Con la fuerza por dentro no nos pueden derribar los más violentos vientos de afuera. Es que el miedo es lo contrario a la fe. Un día le preguntaron a un eximio profesor de teología moral que enseñó durante muchos años en Roma y Alemania, el padre Bernard Häring: "¿Quién es el diablo?", y él respondió: "El diablo es el pesimismo. Tienta a los débiles haciéndoles pensar que el mal triunfará, esperando siempre lo peor o asumiendo la queja como un estado de vida".

Lo que sigue del relato evangélico confirma la conclusión de que Jesús es el Señor, ya que "habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: ¡Calla, enmudece! El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza". Se actualiza lo que canta el himno cristológico de la Carta a los Colosenses: "Todo fue creado por él y para él; él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia" (Col 1, 16-17). El atravesar el mar de Galilea indica la travesía de la vida. El mar es mi familia, mi comunidad, mi corazón. Son pequeños mares en los que se pueden desatar grandes e improvistas tempestades. ¿Qué hacer? Jesús no nos ha prometido evitarnos dificultades, sino darnos la fuerza para superar las adversidades, si se la pedimos. También a nosotros como a san Pablo nos dice: "Te basta mi gracia" (2 Cor 12,8). Necesitamos fe para disipar los temores y esclarecer las dudas. Como afirmaba el filósofo danés Sören Kierkegaard: "Creer significa estar al borde del abismo oscuro, y escuchar la voz de Dios que grita: tírate, te tomaré entre mis brazos".