" La pantalla de todos los canales capitalinos se ha convertido en... un pozo depresivo... que nos acosa y tortura...".


En una ruta de Buenos Aires una patrulla policial custodia un automóvil secuestrado a dos delincuentes que fueron abatidos y cuyos cuerpos yacen al costado tapados con diarios. Un control policial toma prueba de alcoholemia a los conductores y una cámara televisiva amplifica el momento donde se demuestra que están alcoholizados.


Policías barren suburbios del conurbano bonaerense en búsqueda de la menor que ha desaparecido hace diez días. La noticia acapara la atención de todos los canales capitalinos durante varios días y a toda hora; lo mismo cuando encuentran el cuerpo de la niña mutilado y policía científica, con barbijos y aciagos delantales blancos, cargan su cuerpecito. 


Durante por lo menos tres días, la televisión mostró en todos los canales, a toda hora, la pelea de un taxista sacado; y, como complemento, otros casos similares que -justo es decirlo- ocurren seguido, pero no sólo en nuestro país.


Un catastrófico anuncio en rojo estalla en todo el espectro televisivo y a continuación un incendio de una maderera que, desgraciadamente, los bomberos no pudieron parar. 


Un grupo de furiosos vecinos apedrea, luego incendia por completo la casa de una persona que reputan culpable de un delito sexual, al que destrozan a patadas hasta matarlo. Luego se enteran que el pobre hombre nada tiene que ver con el hecho que ellos se han tomado el derecho de juzgar a cielo abierto, a sangre abierta, a barbarie abierta.


Y así permanentemente. La pantalla de todos los canales capitalinos se ha convertido en una página policial, un pozo depresivo y una ostentación sádica que nos acosa y tortura (jamás mejor usados estos conceptos) con los peores males que a diario descubren sus sagaces noteros. Todo es espanto, confrontación, sangre, muerte. Y no hago referencia a los conflictos vinculados a la política. Sólo describo un mínimo costado del horror no político que pareciera domina al país en todo su territorio. 


Tengo el derecho de decir que no sólo esto es Argentina, ni jamás lo fue. Este país parió premios Nóbel; sus artistas son admirados en todo el mundo; lo mismo sus deportistas; desde todo el mundo vienen a admirar nuestras bellezas y el mejor y más importante teatro de todo el planeta. Nuestra literatura marca rumbos señeros. Sin embargo, una constante práctica de exhibir por TV las miserias y la muerte mancha de angustia la conciencia de un pueblo que es mucho más que las miserias que se muestran a diario en los espacios públicos; hiere de muerte la esperanza; trata de convencernos de que somos los peores. Da derecho a pensar que los difusores de este cataclismo cotidiano tienen alguna renguera en el alma, una herida en la razonabilidad. ¡Por favor, dejen en paz a la gente normal, sensible y luchadora! ¡Encárguense de los que construyen paz, ilusiones y belleza, a veces con simples gestos, que son enormemente más que esta desdicha en la que ustedes permanentemente se paran y con la que nos abruman! 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.