Los ambientalistas ideológicos mantienen en vilo a los argentinos ante el supuesto cataclismo devenido del desarrollo minero. Utilizan diferentes argucias y datos carentes de rigor científico.

Sin embargo, ese formidable activismo ignora a sabiendas la contaminación de la cuenca del río Matanza-Riachuelo, uno de los acuíferos más peligrosos del mundo, en medio de una población de más de tres millones de personas. Los desechos industriales y líquidos cloacales allí volcados causan numerosas enfermedades, con grave deterioro de la salud infantil, al punto de intervenir la Corte Suprema de Justicia.

La izquierda ecológica debería volcar toda su pasión y dialéctica para que la realidad inadmisible del Riachuelo no sea la mancha del bicentenario, ya que los deshechos de los saladeros y curtiembres ubicados en ambas márgenes del río, ya preocupaban al virreinato, a principios del siglo XIX.

Los tendenciosos documentales y los foros antimineros tienen en el Riachuelo una historia de frustraciones políticas, con actos de corrupción, malversaciones de fondos y promesas incumplidas, para argumentar con hechos palpables el daño causado en la salud de generaciones de víctimas debido a la inoperancia oficial e intereses económicos que superan con creces a los de la minería.

"Es el problema ambiental más visible del país", ha señalado con acierto el Banco Mundial, al otorgar un nuevo préstamo por 840 millones de dólares, que se suma a los cuantiosos fondos destinados al saneamiento olvidado por el garantismo social.