Señor director:

El vuelo que nos traería desde Aeroparque salió puntual en una tarde, allá en la década de 1980. Con don Juan Walter Porres veníamos de uno de los tantos trámites que hacíamos en la Capital Federal, en el Banco Hipotecario.

El avión, en el clásico vuelo de los viernes, traía de vuelta en su mayoría a políticos y empresarios.También viajaban mi amigo Antonio Giménez, y don Rubén Palmés, un reconocido empresario de entonces, hombre pintoresco, alegre, un par de don Walter, en esos años en que se generaban más que empresarios, hombres de trabajo, en todo el alcance de la palabra. "Maderas Palmes'' era proveedor de "Porres Hermanos'', la empresa de los hermanos Walter y Wenceslao Porres, donde yo trabajaba.

Me acomodé junto a Antonio para hablar de nuestras cosas en común. El vuelo era tranquilo, sin sobresaltos. En un momento dado me dice: "me parece que estamos dando vueltas en círculos".

La sospecha se generalizó en todo el pasaje. El nivel de adrenalina se fue a las nubes hasta que por fin, el comandante conectó el altavoz. "Señores pasajeros, debo informarles que uno de los motores tiene un funcionamiento irregular, motivo por el cual haremos una escala técnica en el aeropuerto de Córdoba". 

Como es de imaginar, los que te dije se nos pusieron de corbata y, lo que uno hace siempre, comenzamos a observar el semblante de las azafatas. Nada nos tranquilizaba, podían estar disimulando. Mientras el avión seguía dando vueltas hasta que le dieran pista, el bueno de don Rubén Palmés se levantó de su butaca y se dirigió al pasaje que tenía cerca, con esta ocurrente advertencia: "por favor, con los documentos en la mano, así no hay dificultad en el reconocimiento de los cadáveres". Reímos, pero pensamos secretamente, por qué carajo no vinimos por tierra.

Por fin bajamos. Una vez en pista vimos como un mecánico, provisto de un destornillador y una linterna, pues ya estaba anocheciendo, revisaba con parsimonia el motor en cuestión.
La escena le hizo decir a don Walter "miren cómo revisa. Si esa linterna no tiene ni pilas. Yo no sigo en este vuelo, aquí me bajo y me voy por tierra". 

El avión no salió. La empresa nos anunció que tomaríamos el vuelo de la mañana siguiente, y se nos indicó que nos llevarían a un hotel, con todos los gastos pagos. Don Walter, que cuando tomaba una decisión no la cambiaba, rechazó la oferta. Junto a don Rubén y otro más, decidió contratar un taxi para seguir hasta San Juan. Una locura. Viajaríamos toda la noche, incómodos y sin poder dormir. Casi de madrugada, atravesamos Chepes. Los burros que estaban en medio de la ruta y que íbamos sorteando a duras penas, nos mantuvieron en vilo, y nos hicieron pensar, esta vez, en por qué carajo no seguimos en avión.

Anécdota que me permite trazar una pincelada sobre don Walter Porres y don Rubén Palmés, dos empresarios de raza del siglo pasado. Y, para mandarle un saludo a Antonio, con quien tengo una apilada de cafés pendientes.