"La ciudad en destrucción fue un cachetazo que jamás olvidaré: a un costado y otro casas aniquiladas, montículos de ausencia y muerte...".


Habían transcurrido varios años desde el terremoto del 44, sin embargo San Juan aún no podía salir de sus ruinas, desconcierto y heridas levantarla de a poco. Cráteres y montículos de escombros por doquier, baldíos más que casas, soledad y pérdidas.


Era entonces yo muy pequeño y mi padre me llevó a conocer Mendoza. Aprovechamos que ese domingo se jugaba con nuestros vecinos la final del Campeonato Argentino de Fútbol, la famosa Copa "Beccar Varela'', el campeonato más argentino que se ha disputado. Subí extasiado al Cuyano, el emblemático tren que nos unía con el país. La salida despaciosa desde nuestra ciudad en destrucción fue un cachetazo que jamás olvidaré: a un costado y otro casas aniquiladas, montículos de ausencia y muerte. Luego la formación tomaba velocidad al surcar el desierto que nos une a nuestros vecinos.


Íbamos llegando a Mendoza. El panorama era totalmente diferente. El tren comenzaba a atravesar lentamente sus primeras construcciones, casas en pie, arboledas, pura vida nos recibía por el medio de la avenida Belgrano, la del ferrocarril. Comprobé que la estación era más grande que la nuestra. Lloviznaba poéticamente. Salimos a la hermosa calle Las Heras, cuyo pavimento retocado de garúa me pareció mucho más oscuro que el nuestro. Al costado derecho tres iluminados hoteles de antiguas construcciones similares, puertas antiguas, balcones: "España'', "Italia'' y "Francia''. Avanzamos por la amplia avenida hasta el Mercado Central. Allí mi padre me compró unas cerezas, de las cuales reservé un racimo para el partido del día siguiente, y luego llegamos hasta la importante Av. San Martín, donde me maravilló el edificio de la Casa Escasany, entonces el más alto y en la esquina de Garibaldi el edificio de cristal del Correo Central.


Pasamos luego a visitar por el hotel a los jugadores de la selección sanjuanina, toda una epopeya para mí.


Ese domingo, la azul cancha de Independiente Rivadavia, en el enorme Parque San Martín, lucía repleta. Debimos ver el gran encuentro parados junto al alambrado. Perdió San Juan por dos a uno. Años después los doblegaríamos dos veces por 3 a 0. La blanca camiseta sin publicidad de nuestro seleccionado salió con la frente alta, en un hermoso partido.


Volver de allá era retornar en cierto modo a la desolación. Surcar de nuevo el árido camino de hierro que nos unía a Mendoza y arribar a nuestra Estación, luego me enteré que reducida a la mitad por el impacto del terremoto. Y de nuevo las calles polvorientas y los baldíos, los incipientes plátanos que hizo colocar el Interventor, General Marino Bartolomé Carrera, infantes aventuras de nuestra rebeldía por no entregarnos; la (para mí) nunca explicable nueva avenida Ignacio de la Roza, que dividió la ciudad en dos y, para eso, debió seguir con la demolición, incluida la hermosa Casa España, que estaba al medio, inocente patrimonio que también fue profanado. 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.