La oración es un diálogo honesto y genuino entre el ser humano y Dios.

En una entrevista televisiva Jorge Luis Borges expresaba que toda relación de amor requiere, por su misma naturaleza, dos condiciones imprescindibles, la "frecuencia" y la "confidencialidad". Respecto de la primera, puede decirse que es "la circunstancia de repetir algo muchas veces o en cortos intervalos de tiempo". En cuanto a la segunda, importa la cualidad, de "confidencial", adjetivo que refiere a aquello que se hace o se dice de manera reservada o secreta entre dos o más personas. Su origen lo encontramos en el latín, en dos expresiones: "fides", que significa fe o confianza; y también en el sustantivo "confidentia". Así, se entiende por "confidencial", lo que se refiere o se dice en plena confianza, también se dice de aquello que se mantiene en el ámbito o carácter reservado, que no se puede divulgar o suministrar información. Esta confidencialidad a la que refiere Borges, apunta más bien a la "intimidad", lo íntimo indica lo que es más interior o profundo de una persona.


He podido ser testigo, en gran cantidad de oportunidades, de afirmaciones tajantes tales como: "yo creo en Dios". Esto me condujo a la pregunta: ¿Es lo mismo creer en Dios, que amar a Dios? Siguiendo la tesis borgiana parecería que no, pues la relación de amor exige condiciones que no necesariamente están presentes en la relación de fe.

El ser humano y Dios

La relación de amor entre el ser humano y Dios requiere de esa frecuencia e intimidad que se puede encontrar en la oración. La oración importa un diálogo entre el ser humano y Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica (2626-2643) nos enseña diferentes formas orar, a saber: "la bendición" es encuentro de Dios con el hombre; es la respuesta del hombre a los dones de Dios, porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que es fuente de toda bendición. 

  • "La adoración". Es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador, nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas. 
  • "La petición". Mediante ella mostramos la consciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades.
  • "La intercesión". Es la petición por los demás, es una oración que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús. Él es el único intercesor ante el Padre, aquí, el que ora busca no su propio interés sino el de los demás, hasta rogar por los que le hacen mal.
  • "La acción de gracias". Todo acontecimiento y toda necesidad puede convertirse en ofrenda de acción de gracias a Dios.
  • "La alabanza". Es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que Él es. 

Expresiones diversas

La oración, a su vez, puede adoptar diversas "expresiones"; tales como: La oración vocal; por medio de su Palabra, Dios nos habla. Por medio de palabras, mentales o vocales, nuestra oración toma cuerpo. Pero lo más importante es la presencia del corazón ante Aquel a quien hablamos. La oración vocal es la oración por excelencia de las multitudes por ser exterior y tan plenamente humana. La meditación es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el por qué y el cómo de la vida para adherirse y responder a lo que Dios pide. La contemplación, Santa Teresa de Ávila dice: esta oración es un trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama. 


Resulta entonces válida la cuestión, ¿es posible la oración en nuestra vida cotidiana? Una vida que, como todos sabemos, está llena de actividades, responsabilidades, preocupaciones, etc. Si bien es necesario buscar un momento para orar, no lo es menos, el cumplir con los deberes y obligaciones de todos los días.


La alocución latina "ora et labora", "reza y trabaja", se atribuye a San Benito Abad, fundador de la orden de monjes de Montecassino, aunque en realidad es posterior. En la Regla de San Benito, Capítulo 48, expone que el encuentro con Dios también se da durante el trabajo, debiendo cada uno ser diligente en las tareas que deba desarrollar ("la ociosidad es el enemigo del alma"). Para San Benito, el exterior y el interior, el cuerpo y el alma, deben trabajar al unísono. "Que nuestra mente esté en armonía con nuestra voz" (Capítulo 19).

  • El fuego del amor

La mayoría de nosotros no podemos "vivir rezando", pero, como hemos podido apreciar, si podemos "rezar viviendo". Es posible ofrecer a Dios nuestras tareas, alegrías, tristezas, placeres y preocupaciones, haciendo ello una oración. En algunas oportunidades será una petición, otras una acción de gracias, tal vez una alabanza o una intercesión. Lo importante es mantener vivo el fuego del amor con el Amado, son necesarias la frecuencia y la intimidad.

Por: Juan Manuel García Castrillón
Abogado