Hace una semana comenzamos a recorrer el tiempo de Adviento. Son cuatro semanas que preceden la celebración de Navidad. Inspirándose en los cuarenta días previos a la solemnidad de la Pascua, el Adviento se introduce como tiempo litúrgico en el siglo VI. Nació en las Galias con un fuerte acento penitencial, tanto es así que se lo llamó "Cuaresma de san Martín'', porque comenzaba el 11 de noviembre, día en que se celebra al santo de Tours. Fue en el siglo XIII cuando adoptó la forma actual, pero nunca perdió su tono de gozosa esperanza. El Adviento nos enseña a gustar el sabor del recorrido, el itinerario cotidiano hacia la meta, los pequeños pasos de cada día, recordando que el punto de llegada, en realidad, está siempre en el origen. La Navidad es el ícono más evidente de un Creador que "estaba en el principio'' y que vuelve continuamente a vivir en el corazón de la existencia del mundo. Este es el horizonte teológico que marca las cuatro semanas del Adviento. En la primera parte, la liturgia orienta su mirada hacia la venida de Cristo en la gloria del final de los tiempos. La segunda parte, desde el 17 de diciembre, la celebración se acerca cada día más al misterio histórico de la encarnación de Jesús en el seno puro de una mujer y que viene a habitar en medio de los hombres.

Hace pocos días leía un libro maravilloso de la bailarina italiana sin brazos, Simona Atzori, titulado "¿Cosa ti manca per essere felice?'' (¿Qué te falta para ser feliz?) Nacida hace 35 años en Milán, Simona vino al mundo sin brazos por una extraña enfermedad pero acompañada de una gran seguridad en sí misma y una voluntad de hierro que nunca le han abandonado. Los dos primeros embarazos de su madre no habían llegado a buen fin. El tercero permitió dar a luz a una niña que fue la alegría de la familia, por eso se la llamó "Gioia'' (en italiano: "alegría''). Es la hermana de Simona. Luego llego ella. Su madre soñaba con tener una hija bailarina. Después del parto, le fue comunicado que la recién nacida no tenía brazos. Al principio hubo desconcierto en el corazón de esa mujer, pero luego recuperó nuevamente la esperanza. A los cuatro años la pequeña ya pintaba con la boca y a los seis descubrió la danza. Durante todo este tiempo ha cultivado con pasión estas dos facetas en su vida hasta convertirse en una artista polivalente que domina la danza y la pintura y que llega a combinar en ocasiones de forma conjunta sobre el escenario. A pesar de haber llegado tan lejos, el camino no ha sido nada fácil. Nunca lo es. Para nadie. Pero menos para ella. Una bailarina sin brazos. ¿Imaginan la cara de estupor de los profesores? Por ejemplo, los estatutos que regían en la escuela de baile donde aprendía los primeros pasos y poses. "Todo fue bien hasta que cumplí los nueve o diez años. Pero, a partir, de ahí, el reglamento de la escuela contemplaba exámenes sobre el uso de los brazos. Yo era la excepción a la regla. Mi madre escribió a la central en Londres, cuya presidente honoraria era la reina Isabel II de Inglaterra. La oficina de la reina respondió diciendo que podía continuar, pero haciendo sólo exámenes orales. Preferí explorar otros caminos'', explica la bailarina. "Vuelo sin alas: creo que esa es la definición perfecta de mi forma de bailar y de lo que la danza representa para mí. Un modo de volar lejos del mundo, de alcanzar lo que está más allá de la realidad, donde mi cuerpo y mi mente son una sola realidad''. Frente a la reacción habitual que solemos tener las personas de echar siempre la culpa a Dios de casi todo lo imperfecto o malo que nos pasa u ocurre, me ha llamado gratamente la atención la forma en la que Simona ha integrado en su proyecto vital y artístico esta singular discapacidad: "Dios es un pintor perfecto. Y si me ha pintado así es porque ha querido''. Y continúa: "A mí no me ha faltado nada. Quisiera decirle a la gente que no se rindan ante las primeras dificultades porque, si te falta algo, lo mismo puedes ser feliz. En la vida hay que mirar lo que se tiene y no aquello de lo que se carece. A todos nos falta algo, aunque tengas pies y manos, aunque lo más doloroso es tener un profundo vacío interior que te convierte en un discapacitado de la vida. Lo importante no es lo que se tiene sino aquello que se es''. Cierto día un periodista le preguntó si pudiendo pedir a Dios que le diera los brazos, lo haría, a lo que ella le contestó que si hubiera nacido con los brazos, no le estarían haciendo esa pregunta: "tú no estarías hablando conmigo, sino con otra persona. Y yo soy feliz porque soy Simona''.