
¡Qué sé yo por qué esta mañana de dulce tibieza otoñal enfilé para allá! "Volver a los lugares donde pasé mi infancia”, dice Ernesto Villavicencio en su vals inmortal. Entonces hice el viaje breve de la mano del vals que yo también escribiera hace muchos años (el vals te mece, te transporta): "Dónde estás, mi niñez, en qué azul dormirá el grillo de las primaveras que no canta más, el paso de las golondrinas que no volverán”.
Ese mensaje nostalgioso nos identificó casi toda la vida en el altar venerable de un escenario y sigue siendo una nave insignia en el horizonte frutal de un recital.
Enfilé por la calle principal del viejo Barrio Rivadavia post terremoto. A los costados, casas remozadas, algunas estupendas, otras que se habían quedado fondeadas en aquellos años de tristeza, descascaradas, descoloridas, pura melancolía como animal abandonado. A unas tres cuadras al fondo, haciendo un codito de treinta metros hacia la derecha, estaba la que fue nuestra casita, aún humilde, sobre esa calle angostita que moría en las viñas de El Globo. Tras ella, como un antiguo tren de soledad, casi con el mismo desamparo de nuestras soledosas estaciones, tres o cuatro viviendas que habitó gente con cuyos días y susurros marcamos a fuego la primera infancia.
Quedé unos instantes contemplando aquella casa, "una posta junto al callejón”. Bajo esas paredes pintadas al agua y esos techos con tirantes de madera y crujientes tejas sobrevivientes; bajo el rescoldo de esa cocina con fogones a leña, pensé que algo de las voces de mis padres andaría sobrevolando. Desde el costado carmín intenso del corazón traté de averiguar a qué había venido, estacionarme un rato a un costado a contemplar esa escena, lo que hice varias veces en la vida, ya que otra vez sentía que el paisaje plomizo de ese recodo no me murmuraba lo que esperaba. Y, como hoy, siempre me retiraba extraño, con breve angustia, como con un dejo de decepción.
Pasa que uno vuelve a los lugares donde fue construyendo campiñas del alma, a buscar lo que allí estuvo bullendo una vez como fogatas alimentadas por la niñez, como rondas que descubría la niñez, como sueños que recortada la niñez, pero el paisaje señala, nos manda mensajes ruiseñores y melancolías, nos sugiere, nos rodea de rumores, pero lo que realmente buscamos está adentro de nosotros; ningún ladrillo, ninguna agrietada teja, ninguna puerta lánguida son la vida; solamente son suspiros al viento; el verdadero viento golpetea apasionado y triunfal los recovecos del pecho.
Por Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete
