Uno de cada cinco jóvenes en la Argentina se encuentra en un estado de vulnerabilidad, al no contar con las condiciones adecuadas que les puede llegar a ofrecer una buena educación o una fuente laboral. El dato surge de una estadística social y de empleo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT): establece que en la Argentina hay alrededor de un 1.600.000 jóvenes, de entre 14 y 24 años que no han concluido sus estudios secundarios y que no tiene un empleo, ni lo están buscando.
Se considera una situación grave, ya que el problema afecta al 20% de la franja etaria total del país y que actualmente no se vislumbra una rápida solución a este problema que, por el contrario, tiende a agravarse.
La vulnerabilidad se pone de manifiesto a través de conductas que se adoptan promovidas por el ocio, la escasa instrucción, la falta de obligaciones y la necesidad de mantener un estilo de vida que no es auténtico ni real. De ahí que se cae en la drogadicción, la delincuencia y otras conductas reñidas con las normas de convivencia de la sociedad.
El origen de este mal lo encontramos en las deficiencias propias del sistema educativo, que durante años se encargó de desalentar a los jóvenes en el proceso de formación y preparación para una carrera técnica o profesional, y en las sucesivas crisis económicas del país que impidieron por mucho tiempo el crecimiento del mercado laboral, el que cuando comenzó a recuperarse encontró que no disponía de mano de obra calificada.
Romper este círculo no resulta nada sencillo. El joven, principalmente el adolescente, es vulnerable por naturaleza y si no ha recibido una formación adecuada, tiende a buscar la facilidad en todos los órdenes de la vida. Es en ese momento en el que hace falta apuntalarlo para promover en él el deseo de superarse a través del estudio o el trabajo, y que no busque en otras formas de comportamiento el bienestar al que debe aspirar.
En esta etapa, los modelos de vida son de fundamental importancia. Se los debe promover, tratando de que dejen un ejemplo o mensaje constructivo. Los padres, maestros y demás miembros de la comunidad son los encargados de esta tarea, que no es fácil y que puede llegar a ser muy dura cuando los consejos se agotan y uno siente que los jóvenes van en contra de la corriente sin escuchar palabras sensatas.