Hablar de los barrios no es sólo destacar lo que los identifica, sino, también y especialmente, las vivencias que se atesora de ellos. Todo es según el prisma con que se mira, el modo como las cosas nos han llegado, por eso ninguna visión de algo es igual a otra de la misma cosa, no sólo porque puede ser experimentada por diferentes personas, sino porque la misma persona puede verla diferente según su estado de ánimo y su época. Hablar de nuestros barrios es hablar de nosotros.

El San Juan original
Concepción expresa el lugar donde Juan Jufré fundara el San Juan original con épicas quimeras de gloria y conquista. Pero también me dice el lugar donde el fútbol sentó sus reales en muchos años de nuestra historia dominguera. Ahí cerquita, San Martín y Peñarol, y Árbol Verde, y el viejo Ferroviarios, y en su momento aquel Atlético de la Juventud y tantos otros nos regalaron una leyenda de rivalidades, bastiones inexpugnables y personajes que nos trascendieron, forjados en el linaje de esa música popular que sólo expresa el fútbol.

Concepción me habla de su virgen, como todas las que rigen los departamentos que circundan la ciudad Capital. Y también me relata, desde el sobresalto de mi infancia, el antiguo barrio de regentes de quiniela y famosos nombres de mujeres que se ganaban la vida donando amor por pocas monedas.

En Concepción afincó por el 70 la Peña El Cordobés y durante algunos años de oro fuimos pájaros sueltos y felices en la inocencia de la buena farra, esas madrugadas cristalinas, y al otro día -cueste lo que cueste- a estudiar.

Calles y lugares tradicionales
En su propio corazón, el antiguo bar Velásquez atesoró el encuentro y las cargadas de bohemios y verdinegros y alguna vez fue una peña folklórica, como si su estirpe de billares y mostrador fuera poco para su fama; fue, por sobre todo, lugar de tragos y carambolas de esa entidad más familiera que social que es “la muchachada”. Todavía andan por ahí las sombras ilustres de El Leto y El Cututo, desparramando sonrisas y atendiendo parroquianos en la brisa del sur y el ahogo de los Zondas que revolotean mucho más allá del silencio de sus retiros.

Si uno se interna hoy por Cereceto, Juan Jufré, la legendaria calle Chile, los recovecos de Alem y la vieja Catamarca, puede percatarse que aún sobrevive en las esquinas imperturbables el espíritu de los más guapos, y algún bolichito de mala muerte, que alguna vez tuvo como puerta un trapo floreado, enarbola con orgullo su pasado de mala y buena aún vida, mientras los gritos del mecánico, el municipal y el futbolista eternizan la noche en un entrevero de truco bien regado, liturgia criolla de humilde vida vivida del mejor modo que estos tiempos extraños lo permiten, a los simples que en derredor del rito de una mesita cien veces pintada, tembleque y garabateada buscan alguna salida azul a un día de locos o una semana gris o negra, donde la escualidez del bolsillo grita que no ha pasado nada.

Una vez le hice una tonada a la luna que seguía buscando al Bar Velázquez: “La han visto expiar en la plaza cuando se muere la tarde, y desangrarse en rocío las noches de carnavales; subir por la calle Chile apretadita de azahares; volver con toda la pena porque en la esquina no hay nadie. Está llorando tonadas la luna del Bar Velázquez”.

Por Raúl De La Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete

EL PUEBLO VIEJO de Concepción, donde todo empezó. El origen de San Juan, su crecimiento hasta hoy y su proyección al futuro.