El filósofo y ensayista José Carlos Ruiz lo explicó recientemente en un vídeo que compartió en su cuenta de TikTok: “vivimos con una ansiedad silenciosa que nace de no saber ordenar nuestras prioridades”. Según este autor, nuestra obsesión por hacerlo todo de la mejor manera, nos mantiene atrapados en un modo de exigencia constante que, lejos de ayudarnos, termina agotándonos. Nos hemos convertido en “maximizadores constantes”, personas atrapadas en la obsesión de elegir siempre lo perfecto, aunque la situación no lo pida y por ello acabamos dedicando muchísima energía a decisiones que no necesitan tanta intensidad.
Y es que, como bien apunta, lo que debería ser simple, por ejemplo: anotarse al gimnasio o comprar algún producto; se transforma en un laberinto de tutoriales, comparativas, reseñas y listas interminables de pros y contras. Lo que empezaba como un pequeño gesto para cuidarnos termina agotándonos antes de empezar.
El resultado, explica el filósofo andaluz: “no estamos ordenando la vida desde las cosas a las que hay que dedicarle más tiempo y atención de las que menos”. Y ese desorden, aunque a veces no lo notemos, erosiona nuestro ánimo poco a poco.
Además, vivimos en una cultura acelerada, casi ansiosa, donde detenerse a pensar o descansar se percibe como una derrota. Nos sentimos obligados a decidir, a mejorar, a estar conectados siempre. ¿El precio? Una atención frágil y una sensación de que, por más que hacemos, nunca es suficiente.
Ante este panorama, Ruiz nos invita a un gesto sencillo que puede ayudar: apostar por la satisfacción en lugar de la perfección. No todo debe ser lo óptimo ni lo mejor.
Estar satisfecho de la decisión, nos permite pasar de página rápido y dedicar tiempo y atención a otras cosas. Se trata de intentar no ahogarnos en la presión constante por mostrarnos únicos, exitosos y siempre mejorados. El yo que mostramos en redes, brillante y filtrado, choca con el yo real, y esa brecha nos agota emocionalmente. Todo eso genera un desánimo de fondo, una sensación de estar viviendo para cumplir expectativas ajenas más que para disfrutar de lo esencial.
Por eso, Ruiz propone recuperar algo casi olvidado: el tiempo para pensar, para cuestionar y para ordenar prioridades. Volver a lo básico, a lo que nos hace sentir presentes y vivos: las conversaciones que importan, los pequeños rituales, la experiencia cotidiana sin filtros.
La verdad es que no todo merece el mismo esfuerzo. Y está bien que así sea. A veces, elegir lo suficiente no solo nos libera, sino que nos devuelve una vida más coherente y ligera.
Por Jorge Ernesto Bernat
Profesor y licenciado en Filosofía

